En la Plaza Moderna de Heredia, una de las ciudades más importantes de Costa Rica, siempre se arremolina una ferviente hilera de devotos. Allí se encuentra un particular centro de peregrinación: el Wanchope Store , la meca del fútbol tico . No tener el 10 de Chope es una herejía nacional. Pocos futbolistas en el mundo pueden jactarse de tener una tienda que sólo venda sus camisetas, sus botas, productos con su nombre. Paulo César Wanchope se ha ganado ese honor y muchos más. En Costa Rica es más que una estrella, un héroe, un ídolo, es el orgullo de un país que late al ritmo de sus gambetas circenses, de su poderosa zancada de gacela indomable, de sus cabezazos imposibles, de su feroz mirada de killer .

"Estoy loco por debutar", decía ayer el delantero recién llegado, tras 28 horas de viaje, de jugar un partido con su selección. Se perdió la inauguración contra el Atlético --no llegó su tránsfer--, pero el Málaga deposita en él sus sueños de permanencia. Ven en Chope al nuevo Dely Valdés y en Amoroso al clon natural de Catanha. El experimento genético sale del laboratorio hoy en La Rosaleda para vacunar a base de goles al Zaragoza.

Pura vida .

Wanchope es, como su país, pura vida. Naturaleza en explosión. Fuerza, velocidad, potencia... virtudes exquisitas en un volcán de 191 centímetros que le llevaron a una duda existencial. ¿Baloncesto o fútbol? Con 17 años, en 1993, despuntaba en la cantera del Herediano y, al mismo tiempo, llegó a ser el mayor anotador del torneo juvenil de Centroamérica por lo que se ganó una beca para jugar en un instituto estadounidense. A su vuelta el multiempleo tenía que cesar. La decisión era delicada al igual que inevitable. Preferió ser Romario a Jordan, sus dos ídolos de infancia. No se equivocó. Al año siguiente debutó en Primera con el Herediano, un clásico en su país junto al Saprissa y la Liga, y se codeó en el Mundial júnior de Qatar con Raúl y Del Piero. En 1996 ya era intocable en la absoluta y la rica Europa llamaba a su puerta.

En la rifa se adelantó el Derby County, donde estaría dos temporadas y marcaría 23 goles. Su presentación fue espectacular y ante, nada más y nada menos, que el United y en Old Trafford. Agarró un balón en la medular, realizó un slalom de defensores por la banda, uno, dos, tres... y en un último alarde de fantasía, dejó sentado en el suelo a Schmeichel para marcar. Luego pasaría por el West Ham, en el que llegó a jugar la UEFA, y en el año 2000, totalmente consolidado fue fichado por el Manchester City. Su suerte, la que siempre le sonreía, le dio la espalda. No evitó el descenso del equipo y en la cita de su vida, el Mundial, llegó en baja forma tras una lesión de rodilla. Era el inicio de un oscuro túnel. Una rotura de menisco en enero de este año le teminó de apagar la gloria en Inglaterra. Ahora intenta recuperar la luz en la Costa del Sol.