Alguno que otro agachó la cabeza cuando Jiménez decidió sacarlo del campo con un cuarto de hora por delante, convencido de que el asunto, una noche más, estaba liquidado. Llevaba razón, no quedaba un gramo de fútbol en el campo. Antes, para qué engañarse, el Zaragoza tampoco había alcanzado a comprender el significado del partido pese a que se lo gritaron desde arriba más de lo habitual. Por eso la marcha de Rochina se entendió, por sectores, como una claudicación.

No es que el valenciano hiciese un partido sobresaliente, pero a este Zaragoza tan pobre le queda poco más que agarrarse a chavales de este corte, sin malear. Tiene la parte buena del veinteañero. La de la bisoñez también. Le pasó ayer, que supo desenchufarse de la inconexión que le circundaba pero mostró toda su candidez en los metros finales. Una vez tras otra, Rochina estuvo en los mejores movimientos del Zaragoza, cuando aún eran entre circulares y diagonales. Todas y cada una eligió mal. Dos a la izquierda que no vio, un disparo que era centro y gol, dos cambios apresurados, una prolongación innecesaria... Errores de pardillo, debió pensar Jiménez, que una noche más se acordó de la plantilla anterior. Que no era mejor, o sí (a gustos), pero tenía más experiencia.

Aun así, poco más que su condición de imberbe se le puede achacar a Rochina. Fue a una banda, a la otra, apareció para tenerla, echó una mano a Movilla, no se escondió, incluso trabajó... Es un paracaidista en La Romareda, hay que tenerlo en cuenta, pero es el de mayor talento, al menos el que mejor sabe mostrarlo. Es una buena noticia en versión singular. En plural anuncia un futuro lleno de peligros. Ayer, el ataque fue Rochina o fue nada. Y ese cabezazo de Sapunaru en un balón parado. Casi nada en cualquier caso.

Queda también claro que La Romareda como arma única no valdrá. La gente empuja, ayer jaleó en alto durante un rato cuando los suyos le dieron un par de córners con peligro. Así de triste. Pero no bastará. El plus de energía hay que transformarlo en fútbol. Y eso, a diferencia de los últimos meses de la campaña anterior, no se produce.

Postiga ha quedado condenado por el juego directo que Jiménez debería impedir por el bien de todos. El luso no tiene entre sus mejores condiciones el juego de espaldas a la portería. Protege lo que puede, quiere, pero está limitado. Se aleja, además, de la zona en la que tiene influencia en el juego, en la que pone la diferencia, el gol. Ayer no vio ni una, se lo comió Mainz, siempre en ventaja. Solo apareció cuando lo conectó Rochina, ese imberbe que ha pasado a ser la gran esperanza blanquilla. Así está el patio.