Bermudas oscuras y camisetas de color rojo brillante son el uniforme que visten los voluntarios que colaboran en la organización del Mundial en Rusia. De aspecto atlético, y rondando todos ellos la veintena, se pasean alegremente por los aledaños del estadio Luzhniki cuando salen del trabajo; la mayoria confiesan ser seguidores del deporte rey que disfrutan con un buen partido de fútbol, sin importar demasiado el color de los equipos. Y el sentir es mayoritario entre ellos: Francia es la preferida por razones extradeportivas. Croatas y rusos hablan lenguas eslavas, pero la política y la historia reciente han alejado a ambos países.

Vitaly no puede contenerse. «El gesto que hizo el defensa Vida tras el partido con Rusia fue ofensivo, y aunque se haya disculpado, me sigue pareciendo ofensivo». Tras ganar al equipo local en los cuartos de final, el jugador grabó un vídeo en el que parecía dedicar el triunfo a su antiguo equipo, el Dinamo de Kiev, y a Ucrania, un país enfrentado con Rusia desde la anexión de Crimea en el 2014.

La política y la historia han separado a ambos países. Y de ahí que el público local empatice más con Francia de cara la final. Durante las guerras de los Balcanes, Moscú apoyó a la Serbia de Slobodan Milosevic, que invadió el país vecino y se apoderó de algunos territorios. Y durante este periodo, grupos ultras rusos establecieron vínculos con sus equivalentes serbios, desarrollando de paso una gran animosidad hacia los croatas. «Todos mis amigos rusos con los que he hablado están indignados con Croacia», confiesa Timur, un voluntario checheno.

En un artículo publicado hace un año en la revista Foreig Affairs, Dagmar Skrpec, un experto en Europa del Este, publicó un artículo en el que calificaba a Croacia de bastión frente a la penetración de Moscú en los Balcanes. «El Gobierno moderado de Croacia es hoy el principal aliado de Occidente contra la expansión del Kremlin en la región».