Llegó Alberto Contador a la montaña no puntuable de la estación de Les Rousses, al exterior del autocar del conjunto Trek, y allí se encontró con Haimar Zubeldia. El ciclista madrileño se había entretenido unos minutos atendiendo a la prensa, mientras su veterano compañero vasco ya había iniciado la recuperación pedaleando sobre el rodillo, el aparato que convierte en estática, tras quitarle la rueda trasera, a la bici que han utilizado en competición.

«¿Ibas en el grupo?», le preguntó Contador a su ayudante. «En la parte trasera, no me has visto, pero estaba allí por si me necesitabas. De lo contrario, me habría descolgado», respondió Zubeldia y Contador le dio las gracias. Cuando se circula con el cuchillo en la boca, cuando un ciclista como Contador se coloca en las primeras plazas del grupo de figuras ayudado por su gregario colombiano Jarlinson Pantano, no se mira para atrás. Solo hacia delante. Solo a las bicis del Sky; una (Chris Froome), dos (Sergio Henao), tres (Mikel Nieve), cuatro (Mikel Landa) y hasta cinco (Geraint Thomas). Tal cual el centurión romano rodeado por sus legionarios a la conquista de las Galias. Así circula Froome con su jersey amarillo por las carreteras de Francia, mentalizado para ganar en unos días (todavía falta mucho) su cuarto Tour, el tercero consecutivo.

Contador, al igual que Nairo Quintana, Fabio Aru, Richie Porte o Romain Bardet, solo tenía ojos para vigilar a los Sky y para desgastarse, al igual que ellos, en una jornada tremenda, quizá no espectacular en cuanto al resultado (triunfo en solitario del corredor francés Lilian Calmajane, un promotedor ciclista de 24 años que ya ganó el año pasado una etapa de la Vuelta en Galicia), pero rompedora para las piernas. El Sky, tal cual se hubiesen retrocedido 24 o 48 meses, tal cual si vistieran de negro en vez de blanco, volvió a demostrar que es el mejor y con diferencia.