Una niña triste en el espejo, con la mirada prudente, es evidente que no quiere hablar. Muy a su pesar, hace mucho tiempo que dejó su infancia atrás. Una mujer luchadora, una mujer bonita por dentro y por fuera, una mujer libre. En aquel preciso momento quizá creyó encontrar al hombre perfecto; sin embargo, conforme se acababa este reloj de arena llamado vida, quien decía ser perfecto, se transformó en un hombre gris en la cocina.

¿Por qué lo rompe todo y no para de gritar? ¿Por qué una mano sobre el cuello me impide con sutileza respirar? ¿Por qué esta gran culpa me dificulta tanto andar? ¿Por qué hay un castigo que se me impone? ¿Por qué todos tus versos me tachan y me anulan? ¿Por qué tengo todo el cuerpo encadenado? ¿Por qué me siento una flor marchita? ¿Por qué tengo mil arrugas en la piel?

Ella vivía sin lograr respuestas a todas estas preguntas. Sus dudas le sangraban en la piel, más su temor paralizaba a esa mujer repleta de esplendor. Pese a estar rodeada de sus seres queridos, nadie se percataba de su situación, todos eludían esa flor marchita cuyas espinas desgarraban todo su ser.

El momento en el que todo cambió, fue una incertidumbre. Ambos eran muy felices, él la respetaba, la amaba, admiraba y mimaba cada centímetro de su piel, la ayudaba a volar, la consolaba, le proporcionaba su confianza. Parecían estar hechos el uno para el otro.

«Las apariencias engañan», dijo un sabio con certeza. Aquel hombre trabajador, sincero, generoso, gracioso, paciente, empático, ocultaba tras esa sonrisa atractiva un monstruo. Pasó de ser el motivo de su felicidad al monstruo que la llenaba de inseguridades, que la anulaba como persona, que la convertía es una niña débil e inocente, que hacía de su existencia el mismísimo infierno.

Esta situación le superaba por lo que se armó de valor sacando fuerza de donde no las tenía y dibujó una puerta violeta en la pared. Al entrar, se liberó, de todas sus pesadillas, de todos sus temores, de aquel hombre que le cortaba las alas. ¡Por fin se sintió a salvo!

«Ninguna persona tiene derecho a maltratar a nadie, todos somos iguales sin importar ni la raza ni el género. No permitas que nadie te anule como me ocurrió a mí... Ahora tengo la necesidad de girar la llave y no mirar atrás. Yo me liberé como se despliega la vela de un barco. ¡Todos podemos! ¡Evitemos la violencia de género!», relataba feliz y liberada.