Durante toda mi vida me he dedicado a recorrer los Pirineos. Desde pequeña iba con mis abuelos por los densos senderos y las nevadas montañas descubriendo los secretos de la naturaleza. Contemplar esos paisajes únicos era algo que realmente me gustaba y con lo que sigo disfrutando hoy en día.

Además, visitábamos los pueblos por los que pasábamos, nos parábamos a pasear por ellos y hablábamos con la gente que vivía en ellos, que nos contaban la historia del pueblo y alguna leyenda. Esta la escuché varias veces en distintas zonas. Me gustaría compartirla con vosotros. Allá va:

Hace mucho tiempo, cuando aún se iba a caballo, las zonas de los Pirineos estaban muy pobladas y muchas familias vivían allí. Un hombre llamado Pedro era uno de sus habitantes. Vivía con su mujer y sus tres hijos. Era una familia humilde que trabajaba en el campo y tenía solo lo necesario.

Un año hubo una gran sequía, por lo que no creció nada de lo que cultivaron y no consiguieron ganar dinero. Buscaban algún tipo de trabajo pero casi todos los del pueblo estaban en la misma situación. Un día el hombre iba caminando por la plaza del pueblo y se encontró con un anciano al que ayudó a llevar a su casa la enorme carretilla que llevaba. Cuando llegaron, el anciano le agradeció la acción y le preguntó que le pasaba, ya que lo veía triste.

-Mi familia y yo pasamos mucha hambre debido a la sequía y no encontramos ningún trabajo que nos pueda ayuda -dijo entre lágrimas.

-Como ves, yo vivo con lo justo, por lo que no te puedo ayudar, pero hay una vieja leyenda que quizá sea verdad y te pueda ayudar.

-Por favor, cuéntamela -contestó el hombre.

-Dicen que en la montaña que se ve desde aquí hay una cueva en la que se encuentra un cofre. Se dice que si abres ese cofre, encontrarás la felicidad. Algunas personas cuentan que al abrirlo se ven unos destellos dorados, otros afirman que son marrones y otros dicen que son azules.

-Entonces... ¡puedo encontrar oro, cobre o diamantes! Así conseguiré dinero y ser feliz.

El hombre le dio las gracias por todo y Pedro se marchó feliz a casa.

Cuando llegó, le contó todo a su mujer, y esta se puso muy feliz. Era una señora muy hermosa: tenía la piel clara, unos cabellos largos y dorados con rizos y unos bonitos ojos azules, además de una preciosa sonrisa. Su esposa le animó a ir a buscar el cofre.

Pedro acumuló comida durante unos días y se encaminó hacia la montaña. Tardó tres jornadas en llegar. Fue un largo y duro camino; había mucha nieve ya que era invierno. Pero el hombre logró llegar a la montaña.

La costó bastante tiempo encontrar la cueva, ya que estaba cubierta por unos arbustos. Se hallaba oscura, pero encendió una antorcha y camino hacia el interior. Se sentía ansioso por encontrar el cofre que le daría la felicidad.

Llegó a una zona en la que había una especie de altar con algo encima. Se acercó y por fina lo vio: era el cofre.

Lo abrió poco a poco. Estaba muy nervioso, y cuando miró vio un destello azul.

-¡Son diamantes! -dijo.

Pero volvió a mirar de nuevo y vio que eso no eran diamantes, ni mucho menos: ¡Eran los ojos de su mujer! En el interior del cofre había una foto de su mujer. Y así descubrió que su felicidad era compartir su vida con su mujer y sus hijos.