No he nacido ni lo sé, no distingo el reír del llorar. Quizás me encuentro muerto o vivo, quizás mi existencia también se la inventó mi padre. Intento convencerme de que soy un chico normal, con mis inquietudes y miedos, pero me resulta muy difícil creérmelo ya que, al parecer, todo de lo que he estado seguro en mi vida son mis mayores interrogantes ahora mismo. Me aferro a la mano de mi hermano mayor, él, son mis únicos ojos. Él me liberó de esos grilletes a los que estaban oprimidas mis muñecas por culpa de mi diabólico padre. Él me quito el chip del cerebro.

No estoy muy acostumbrado a eso de tener que mirar yo mismo la fecha de cada día, pero creo que mi rescate fue tan solo hace dos semanas. Mi padre me solía llamar Mike, pero mi hermano me llama Miguel y, desde que mi padre me dejó tener conciencia, mi única familia no ha estado compuesto por nadie más que él. Siempre me ha dicho que mamá había fallecido en el parto y que mi hermano era un narcisista irrespetuoso que vivía en las afueras de la ciudad, pero ahora voy comprendiendo la trama de mi vida.

Se puede decir que un arcaico Fiat de color blanco me transportó al mundo real ya que anteriormente, mi vida era un bloque de amplitud considerable, color blanquecino (más limpio que el Fiat) y frías paredes. Pero, ese simple bloque tenía algo especial, un toque mágico que lo cambiaba de paisaje, de estación, de ciudad… Ese bloque era mi mundo, un mundo creado por un ser con exclusiva inteligencia, Carlos de Montemolín, papá. Cuando yo no era nada más que un bebé, mi «creador» me incrustó un chip en el cerebro. Esa minúscula pieza era el cerebro de mi cerebro, una vida implantada en un cuerpo. Era la brocha de mi pintoresca existencia. Sinceramente, nunca tuve un día parecido, cada uno de ellos era una nueva aventura. No pasé pena alguna, tan solo diversión.

Resulta curioso el que no me diera cuenta de la incongruencia de vida en la que estaba sumergido, pero tampoco era difícil encontrar la rareza ya que principalmente, así había vivido siempre y, por otro lado, era algo impensable que mi padre pasase ese inconveniente por alto. Había construido una concordancia incorruptible. Dependiendo del día de la semana, el lugar era diferente pero no desentonaba con el ambiente del día anterior. A mí me encantaban los jueves, solían ser días de playa y además era el día que más me tocaba dormir. Adoro dormir.

Justo hace dos semanas era jueves y por primera vez lo primero que oía al levantarme, no era un «Mike, cielo, levanta» sino «Venga va Miguel, baja de la nube». Reconozco que su cara me asustó, pero no durante mucho tiempo ya que esa persona de rara expresión que conocía mi nombre me puso una bolsa en la cabeza y me lanzó al maletero de su coche. Esa expresión, era la de mi narcisista e irrespetuoso hermano que había venido a rescatarme. Él ha sido el que me ha contado todo, lo del bloque, los días, el chip… Quién iba a conocer mejor ese mundo ficticio que una persona que también lo había vivido. Mi padre nos había utilizado a los dos como sus conejillos de indias. Él también fue rescatado, en este caso por mi madre que, según mi hermano, falleció hace unas semanas. Creía que el mejor recordatorio para mamá sería el ir a rescatarme.

Ahora me encuentro en proceso de rehabilitación, según mi salvador, la ciudad es totalmente diferente a ese bloque, por lo que antes de recibir esa información de golpe necesita ir ajustándola yo mismo de poco en poco, o eso es lo que mi hermano dice.

Me pregunto si el mar seguirá siendo azul…