Hanif Kureishi ha escrito un libro divertidísimo. Cierto es que da la impresión de que muchos escritores contemporáneos, llegados a un momento crítico en su obra (¿el síndrome de la repetición? ¿o del dique seco?), se abrazan a la metaficción como a un salvavidas en medio de un naufragio. En el caso de La última palabra, la novela de Kureishi que se convierte en la novela de un Nobel pakistaní escrita a partir de los días y las noches compartidos por este con un atosigado biógrafo, es también el roman à clef que se inspira en la biografía real del Nobel hindú V.S. Naipaul, que lo retrataba como un monstruo ególatra y prepotente. El juego de espejos, no obstante, no parece limitado por sus pretensiones posmodernas, y el resultado, que parece cavilar sus humoradas entre la alta comedia de Noel Coward y la fina sátira de P.G. Wodehouse, se lee de un tirón, sin que la frágil tensión narrativa de su trama haga perder interés al lector.

Sarcasmo

Lo más sencillo sería encontrar en Harry, el biógrafo en cuestión, un alter ego del propio Kureishi, aunque, por edad y prestigio, las cuentas no acaben de cuadrar. Está claro que el autor de El buda de los suburbios está con él, lo que no significa que lo observe con condescendencia. Mamoon, el Nobel, es sádico y esquivo, se aprovechó de la entrega de una exmujer suicida y obligó a todo tipo de tropelías sexuales a una examante, pero, después de todo, un gran artista no tiene por qué ser un buen hombre. Se ha ganado a pulso escupir comentarios cínicos y resentidos sobre los falsos amigos que se reúnen a su vera en una cena de honor. Harry, en cambio, es un arribista que se hace pasar por víctima, y que habla con las carambolas redichas de un profesor de taller de escritura creativa, precisamente el porvenir que quiere evitar a toda costa. Es mujeriego, indeciso y propenso al autoengaño: más que una némesis de Mamoon, es su Fantasma de las Navidades Pasadas. No hay cambios de registro de lenguaje, ni en la expresión de estos dos personajes, ni en los de su entorno, como si el sarcasmo fuera el modo en que las criaturas de Kureishi pudieran relacionarse con el mundo.

El quid pro quo que vertebra intermitentemente la novela está adornado por la intervención de secundarias de lujo, un harén de féminas que, a veces, hacen pensar en Kureishi como un misógino. Es a través de ellas que la relación entre Harry y Mamoon evoluciona, ayudándonos a percibir los rasgos de humanidad de ambos. A uno le da miedo crecer, al otro haber crecido demasiado; uno teme la madurez, el otro la muerte, o la incapacidad de volver a enamorarse.

Que Kureishi no se tome demasiado en serio a sí mismo y que esta irresistible novela tenga una apariencia de ligereza y frivolidad, no significa que no haya corrientes agitadas que la iluminen. Son los misterios del amor y las relaciones de pareja, las crisis continuas de la virilidad y el sentido de la literatura, sobre todo para quien la practica, lo que la pone en movimiento.