Cuando Montse Batalla (Ripoll, 1975) tenía apenas 20 años y estudiaba en la universidad empezó a sufrir insomnio y cansancio, no tenía hambre, no podía leer, ni concentrarse, ni hablar. Era 1997 y topó con un médico que sin escucharla ni entenderla le diagnosticó, erróneamente, esquizofrenia y trastorno bipolar y la ingresó en un centro psiquiátrico. Allí estuvo un mes que recuerda hoy como una tortura. «Necesitaba denunciar aquel maltrato, cruel e injusto, que recibí a nivel humano por parte de unos médicos y un personal sin ninguna empatía, algo que fue tan duro como la propia enfermedad. Pero también quería hablar abiertamente de las enfermedades mentales y quitarles el estigma, porque si ya es difícil sufrirlas y sobrellevarlas, además van acompañadas de una etiqueta negra que hay que eliminar. Es un tema que incomoda mucho a todo el mundo», explica sobre la motivación que la impulsó a contar su experiencia en su primer cómic, Manicomio (La Cúpula), dibujado por su marido, Xevi Domínguez, Xevidom (Vic, 1972), con quien comparte estudio de ilustración, y cuyo mensaje podría concluir con un «estoy enfermo, no loco».

Manicomio se suma a una necesaria tendencia que en los últimos años viene nutriendo de títulos al cómic, mayoritariamente autobiográfico, que de forma normalizada y sin prejuicios aborda las enfermedades mentales (como Cara o cruz, de Lou Lubie, y Las voces y el laberinto, de Ricard Ruiz Garzón y Alfredo Borés). Es una corriente que también se extiende a otras enfermedades como la epilepsia (Epiléptico, de David B), el sida (Píldoras azules, de Frederik Peeters), la enfermedad de Crohn (De tripas y corazón, de Pozla), el cáncer (Que no, que no me muero, de María Hernández y Javi de Castro, y 17, vivir, revivir, sobrevivir, de Àlex Santaló), el autismo (María y yo, de Miguel Gallardo)... /

Son libros que no se dirigen exclusivamente a los pacientes, a sus familias y su entorno o al personal sanitario, sino que captan el interés de cualquier lector con narraciones e historias desdramatizadas y sinceras, un punto terapéuticas, ligadas a la cotidianidad, a menudo con algunos toques de humor que contribuyen a normalizar cada situación y se atreven a ahondar en unos temas que todavía incomodan.

Batalla, tras un rosario de visitas a psiquiatras, tardó 15 años en hallar uno que le hiciera un diagnóstico correcto: sufría psicosis cicloide, una forma benigna del brote psicótico, que se le manifestaba de forma recurrente ante una situación estresante, le explicó el especialista Santiago Escoté, también aficionado al cómic y que suele recomendar estos relatos en viñetas a sus pacientes porque les ayudan a entender lo que les pasa. «Hay que valorar la valentía de explicar la propia experiencia, en primera persona, eso es algo que crea empatía en quien lo lee», apunta el psiquiatra, que desde el 2012 mantiene bajo control la enfermedad de la autora con una medicación preventiva a base de litio.

BLOQUEO / ”En aquel primer psiquiátrico tuve la mala suerte de dar con un personal médico insensible al hecho de sufrir una enfermedad mental -evoca Batalla-. No me escuchaban, no me tenían en cuenta. Ni yo ni mi familia sabíamos qué me pasaba y lo más angustioso era que nadie me decía nada. Recuerdo que yo no podía hablar, estaba como bloqueada, y el psiquiatra me preguntaba si oía voces. No era así, pero no podía decírselo, y él apuntaba que sí las oía». En el cómic relata cómo la ataron sin necesidad a una camilla y cómo le retiraban la bandeja de comida sin haber podido tragar nada por una afasia, efecto secundario de la medicación. En el 2012 ingresó 13 días en otro centro, en Vic, donde el trato que recibió fue impecable y humano. Hacía tres años que ya pensaban en el proyecto de Manicomio, bendecido por el histórico editor de La Cúpula, el desaparecido Josep Maria Berenguer.

El auge de este tipo de cómic ha motivado además la creación de un movimiento altruista, llamado MedicinaGráfica.com (ligado al grupo Graphic Medicine internacional) y formado por un grupo de profesionales sanitarios de todo el país apasionados de los tebeos que divulgan estos libros. El interés ha sido tal que el pasado noviembre organizaron, en Zaragoza, un primer congreso nacional. Su coordinadora, la doctora Mónica Lalanda, también ilustradora y autora del tebeo Con-ciencia médica, opina que «el cómic es un medio fascinante porque las imágenes tienen mucha potencia para transmitir sensaciones y sentimientos difíciles de expresar solo con palabras, humaniza las enfermedades y transmite sus partes invisibles, en especial las de las psiquiátricas, las más estigmatizadas y difíciles de entender y tratar. Hacen ver que el enfermo no está solo, que hay otras personas a las que les pasa lo mismo que a él».

«Las novelas gráficas pueden ser una herramienta que ayuda al propio personal sanitario a entender la enfermedad tal como la describen los pacientes, que suelen ser los propios autores, a la vez que los profesionales de la medicina nos vemos reflejados en ellas, a veces de forma crítica, porque la formación que recibimos se centra en la parte científica de la profesión, no en la humana -lamenta Lalanda-. Tenemos carencias enormes para comunicarnos con los enfermos, para ver su sufrimiento. Y más hoy en día, con la presión ante el poco tiempo para las visitas de pacientes asustados ante lo que les ocurre», prosigue.

TRATO HUMANO / «Las condiciones de un hospital o de la sanidad no favorecen el trato humano, por eso se trabaja para mejorarlo. Y en psiquiatría necesitas tiempo para llegar al individuo, para fomentar su confianza, para que te explique por qué sufre y así tú puedas ayudarle», señala Escoté, que añade que las cosas, afortunadamente, han cambiado mucho.

«Crees que puedes controlar tu cabeza pero cuando la neurotransmisión falla porque te baja el litio sin motivo aparente te das cuenta de que no obedece a tu voluntad», confiesa Batalla. Mientras, sigue haciendo vida normal, cuida la dieta y la medicación, y huye del estrés. Y mantiene la enfermedad a raya.