-¿Aquí?

Aquí, dice esa mirada insinuante, esos labios que intentan sujetar una carcajada. También su gesto. Ha apagado las luces del coche, levantado las manos del volante y ya inicia las maniobras de aproximación. El sexo en el coche no es igual a los 20 que a los 50 años. Probablemente la aventura se saldará con algún moratón al día siguiente, pero, ¡quién piensa en ello esta noche! Su primer aniversario juntos. Una cena en un restaurante escondido, un regreso alternativo a Barcelona por las pistas para evitar los controles de alcoholemia y unas dosis de aventura antes de regresar a casa.

-¿Seguro que estás bien para conducir?- pregunta él.

-Mejor que tú. Anda, duerme. En 15 minutos llegamos.

David aún trata de mantenerse despierto, pero las dosis extra de emoción en el retorno acaba por vencer sus párpados. La respiración se va tornando profunda hasta anunciar su abandono del mundo consciente. Laura aminora la marcha, no quiere despertarle con los baches del camino. Al unísono con un ronquido, llega el sonido de su móvil. Un mensaje. ¿Quién le escribirá a esas horas? Lanza una ojeada a la pantalla. Mensaje de David. Pues suerte que no era nada urgente, piensa. No es la primera vez que WhastApp falla y le llega una comunicación con horas de retraso. No se preocupa en leer el contenido: lo que fuera que quería decirle ya se lo habrá dicho durante la cena.

Ya vislumbra las luces de la carretera a lo lejos, no tardará en llegar. Abre la ventanilla y respira la noche. La oscuridad que la rodea y la cadencia de los ronquidos crean cierta atmósfera hipnótica. Piensa en la serenidad de ahora y en la ansiedad de entonces, cuando las noches y los días se confundían en otra oscuridad, más hiriente, más alarmante. Como una nube de avispas.

De nuevo, un mensaje. De nuevo, David. Vuelve a dejar el móvil en el guardaobjetos de la puerta. Pero, tan pronto lo suelta, suena otra vez. La situación es un tanto cómica, aún más ver en la pantalla la cara del hombre que está roncando a su lado. ¿Qué le habrá escrito antes de verse? La curiosidad le vence y abre la aplicación.

«Dónde estás?». 23.48

«Me han dicho que habías salido mientras yo estaba en el baño. Creí que habrías ido a buscar el coche, pero no te encuentro». 23.53

«Laura, qué pasa? Por qué no me respondes los mensajes? Están cerrando el restaurante. Dónde estás???» 23.54.

Un par de segundos con la mirada enganchada en la pantalla. Demasiado. A punto de tragarse esos ojos atrapados por los faros del coche. Pisa el freno y un grito le brota de la garganta.

Tan potente que incluso a ella le asusta. David se despierta sobresaltado. Un jabalí, explica Laura señalándole la masa oscura que desaparece en la espesura. Él la acaricia, ella se esfuerza en sonreírle, en un gesto trémulo que no logra despojar de inquietud. De nuevo, la respiración profunda de él. Laura trata de serenar la suya.

Sube la ventana, aunque la angustia le ha hecho sudar. Siente la necesidad de protegerse, de aislarse. No entiende qué ocurre. Pero todo debe tener una explicación, se dice a sí misma. David se habrá dejado el móvil en el restaurante, será eso. Y alguien está jugando con ella. Imbécil. De nuevo, un aviso de WhastsApp.

«Laura, estás leyendo mis mensajes y yo sigo colgado en medio del restaurante. Se ha ido todo el mundo. He dicho algo que te haya molestado?». 00.08

Se va a enterar. Ya basta de tonterías. Laura se dispone a llamarle cuando llega otro mensaje. Y otro. Y otro…

«Cariño, este año ha sido el más maravilloso de mi vida». 00.09

«Por favor, vuelve». 00.10

«Mi amor, dime que estás bien. Solo dime esto. Tengo miedo, ya sabes de qué». 00.11

El corazón a mil por hora. Incluso la piel le duele. Había olvidado esa sensación de irritación. Al fin, la carretera. Ahora ya puede pisar el acelerador y alejarse. Pero ¿y si no tiene que alejarse? ¿Y si el error es seguir? ¿Qué está pasando? ¿Quién es el hombre que le escribe o, peor, quién es el hombre sentado a su lado? Pero, no, es imposible, se dice y se repite.

«¿Es él? ¿Ha vuelto?». 00.13

Laura siente ganas de vomitar. Mil avispas atrapadas en su garganta. No puede respirar. No entiende nada. En ese momento, ve la mano de David acercándose a sus piernas. Lentamente. Sobrevolando. Y se posa en su coño. El mismo que hace apenas unos minutos le ha acogido. Laura siente cómo se clavan los primeros aguijones. Un nuevo mensaje. Esta vez no quiere leerlo. Tiene que tomar fuerzas y girar la cabeza a la derecha y encontrarse con la mirada de él. Asegurarse.

No ve la curva.

Mañana, el segundo capítulo: ‘Eva y el Shazam’