Tras leer Clavícula (Anagrama), la pregunta obligada a Marta Sanz es: «¿Cómo te encuentras?». Porque el libro explica, entre otras cosas, un proceso real. Un dolor insistente en la clavícula a bordo de un avión rumbo a San Juan de Puerto Rico despertó todos los temores de la autora madrileña. La inquietud disparó una obsesiva autoexploración con el runrún continuo de un padecimiento que no encontraba diagnóstico. De ahí el libro, atenta escucha a ese proceso.

El caso es que siguen sin cambiar mucho las circunstancias que relata: el dolor de fondo, la penuria económica, el desempleo de su marido y, sobre todas las cosas, el amor de los suyos y sus amigos. La autora de La lección de anatomía (otra incursión autobiográfica), que en todo momento habla de sus penas con un humor entre negro y tierno, suele contestar con una sonrisa. «Está bien que me pregunten cómo estoy porque eso quiere decir que he logrado lo que quería, que la escritura traspase sus límites». Y es que está convencida de que escribir sirve.

HARAQUIRI EN PÚBLICO

Sanz tiene narices. Se hace un haraquiri en público y expone el resultado «baconianamente» (sí, al crudo estilo del pintor). Precisa: «Seré impúdica pero no exhibicionista». Y sin demonizar a los que lo hacen de otra manera, sostiene que necesitaba deshacerse de las máscaras so pena de poder parecer una persona algo deshonesta. Para ello no le preocupa mostrar sus dudas sobre si su dolor tiene un origen físico o psíquico, o no enseñar en el libro la mejor versión de sí misma, o dejarse arrastrar por la dulce autocompasión que a veces la convierte en una niña adulta. «Ahí muestro la capacidad de manipular la queja y de cómo rentabilizarla». Y exclama divertida: «¡Joder, que hija de puta soy!».

Pero hay más. Una intención social. Ese dolor individual y personal es para la autora un campo de pruebas de lo que lo que le ha afectado la precariedad laboral; la muestra de cómo reacciona su cuerpo -como tantos otros en estos tiempos- «frente a un futuro inseguro o resbaladizo». Y las mujeres, como siempre, tienen las de perder «porque son las más desfavorecidas». Da ejemplos: «El número de infartos es mayor entre los hombres, pero mueren más mujeres. ¿Cómo se comprende que en urgencias cueste más detectar esa afección en una mujer? Sencillamente, porque el protocolo está pensado para ellos. O que una endometriosis tarde unos ocho o nueve años en ser diagnosticada».

Escrito a mano, en los hoteles y durante los viajes, fragmentario a modo de un colaje (Sanz ha incrustado la correspondencia vía mail que mantuvo con su marido, tal cual, y un relato sobre su adicción al lorazepam), este libro urgente tiene un ritmo que su editora, Silvia Sesé, define de una «belleza salmódica». También tiene un ojo puesto en los pequeños detalles y la intención, según la autora, de romper dos grandes tabús. El primero, la menopausia. Más allá de los manuales de salud, ¿alguien ha leído algo sobre el tema en la ficción? «Yo quería hablar de un cuerpo desfavorecido para que el lector se salga del texto y perciba la realidad», dice Sanz. «Lo muestro como una época en la que el deseo se transforma, se produce una mutación del amor en el que necesitas más el tacto y la ternura», asegura sin intención de pontificar. «Eso es lo que me ocurre a mí».

EL VIL METAL

Otro de los asuntos malditos es el dinero, un anatema que se vuelve muy gordo si se combina con el trabajo artístico. Así detalla sus ingresos mensuales: 1.256 euros en enero, 325 en febrero, 7.000 en marzo, 122 en abril, 650 en mayo, 500 en junio… Por suerte, ahí están su familia y su amigos, en los que se puede reconocer a Luisgé Martín, Elvira Navarro y Javier Macqua. «A todos les di a leer el libro y les ha parecido bien». Contra lo que pueda parecer, la autora ha querido con él hacer una fiesta «de luz y de alegría» para celebrar su amor por ellos.