El Julian Barnes que ha cruzado el canal de la Mancha lleva un pin azul con estrellas, la bandera de la Unión Europea en la solapa y también la elegante ironía que siempre ha sido su sello. El pin se lo regaló un amigo al escritor inglés a modo de declaración de intenciones frente a ese brexit amenazante que no acaba de concretarse. «Una aberración», así lo define. «El Reino Unido es el país de Shakespeare y Churchill pero también de Monty Python y la Alicia de Lewis Carroll, así que en teoría tenemos cierta reputación de país racional pero lo cierto es que muchas veces se nos va la olla».

Pero no todo se le puede achacar a la inestabilidad mental nacional (o plurinacional) porque no recuerda el autor a ningún primer ministro británico desde Edward Heath (y han pasado años) que se creyera realmente el proyecto europeo. «Cuando oiga a un Gobierno hablar en estos términos entenderé que la normalidad ha vuelto a nuestro país».

Quien así habla no es alguien a quien le guste participar demasiado en el debate público. Lo suyo son los conflictos interiores que han germinado en novelas perfectamente construidas en los engañosos mimbres de la memoria. La única historia (Anagrama) nace de uno de los últimos grandes éxitos del autor, la nouvelle, El sentido de un final, que obtuvo un premio Booker y donde se explicaba una historia parecida a la que se muestra en este libro, la de un muchacho de 19 años enamorado de una mujer que le supera en 30. La novela, melancólica, construye en tres partes el enamoramiento primero y posterior decadencia de la relación y en especial, de ella y de cómo se recuerda pasados los años. «De jóvenes creemos que la memoria es algo sólido, pero se transforma a lo largo de los años. No podemos encerrar los recuerdos en una caja y encontrarlos igual al cabo del tiempo. Nos hacemos mayores y la memoria se va haciendo más maleable, incluyo llegamos a reconstruirla si hemos contando muchas veces una misma historia y la hemos adaptado de forma quizá imperceptible».

Pese a que el Times reveló a poco de aparecer la novela en Gran Bretaña que tras esa historia de primer amor desigual de la ficción se escondía la verdadera relación que el autor mantuvo con una mujer mucho mayor que él en sus años de universidad, Barnes, divertido, se escuda una y otra vez en revelar esos detalles solo en una posible biografía póstuma, una coletilla que le divierte particularmente y que le permite salirse del paso una y otra vez. Lo cierto es que Susan, su protagonista, casada y con dos hijas, tiene poco que ver, dice, con una seductora y sofisticada señora Robinson.

A Barnes no le gusta dirigir los sentimientos de los lectores, o por lo menos no le gusta hacerlo evidente. «Creo que cada uno debe encontrar sus propias respuestas. Chéjov que es uno de mis autores favoritos le aconsejó a un colega más joven que cuando más quieras provocar la emoción más fríamente debe exponer la situación».