Rituales. Cualquier manifestación humana está repleta de ellos; la cultura, por lo tanto, no es una excepción. A los rituales ha dedicado su programación la reciente edición (la 21) de la Fira Mediterrània de Manresa. En palabras de su director artístico, David Ibáñez, «una exploración de la relación entre cultura popular, espiritualidad y comunidad, y cómo esa conexión puede inspirar la creación escénica contemporánea». Por cierto, David ha cumplido este año sus siete temporadas de mandato y deja la dirección artística de la Fira. Deja la dirección y un legado espléndido que pasa por la internacionalización de la convocatoria, el incremento del apartado dedicado a la música y el impulso de las colaboraciones entre colectivos culturales. Dicho queda; ahora, repaso a algunas de las propuestas más destacadas.

Del dúo catalán Za! sabíamos que es una formacíón tan perturbadora como inclasificable. Su construcción sonora, partiendo de músicas de cariz muy diferente, es un atrevido revulsivo. Atento siempre a la investigación (también a la provocación), Za! arma unos discos tremendos y unos concietos igual de agitadores. En Manresa, dando otra vuelta de tuerca a su trabajo, se alió con un grupo de instrumentistas de cobla (a los que llevó a los terrenos del free jazz) para presentar el espectáculo Megacobla, haciendo participar al público en la experiencia. Una caña, vaya.

Y puestos a revisar apuestas rompedoras vayamos a la que ofreció el bailaor Juan Carlos Lérida (acompañado por el cantaor Jorge Mesa) en un taller mecánico. Máquinas sagradas se llama el espectáculo, aún en proceso de creación (se trata de una primera parte dedicada a los oficios), que sin duda habría puesto los pelos de punta a los flamencólicos que arremetieron contra Niño de Elche (también ha trabajado con Lérida) a raíz de su actuación en la Bienal de Flamenco de Sevilla, quien invitó al escenario a otro bailaor de mirada oblicua: Israel Galván. Lérida fue recorriendo el taller con su baile, jugando, tanto él como el cantaor con las herramientas y los coches que encontraba en su trayecto. Bailó sobre una alfombra de matrículas y sobre un camión de recogida de coches estropeados, y creó ritmos con pies y manos en una presentación realmente singular y de alto contenido simbólico y metafórico. Tremendo, el tío.

Más rituales bailables: el de Eva Yerbabuena y sus Cuentos de azúcar, enredando el flamenco con los cantos tradicionales japoneses de Anna Sato, teatralizando el movimiento, aportando dramaturgia y escenografía... Lo de Eva salta de la convención a la invención, a la oferta flamenca que, sin llegar a los límites de los mencionados Lérida y Galván, rompe barreras y ortodoxias engarzando con talento contenido y estética, abundando en la tradición a través de la búsqueda de expresiones nuevas, y profundizando en la novedad con el bagaje de la tradición.

Y el blues. ¡Ah, el blues! El del nigerino Bombino, mago de la guitarra eléctrica. Sí, la música de Bombino, quien presentó las canciones de Deran, su disco más reciente, participa de la circularidad de los sonidos del desierto y del blues del delta del Níger, pero aporta su toque personal, hipnótico y punzante, como un Hendrix subsahariano. También lo demostró en Zaragoza en las pasadas fiestas del Pilar.

Por otra parte, la modernidad musical (comprometida) de Oriente Medio llegó con el grupo 47 Soul, formado por jordanos y palestinos, que mezcla las raíces sonoras de su región de origen con rock, funk y hip hop en un atractivo conglomerado que denomina shampstep. Cierto es que 47 Soul no es la única banda que trabaja en con esos patrones, pero los desarrolla con especial habilidad y hallazgos interesantes. Hay que seguirle la pista.

Cierro página con dos menciones necesarias: el emocionante concierto de la gallega Uxía, y sus cantos de la tierra que son de todas las tierras, y la actuación del pianista español Chano Domínguez, al alimón con el trompetista y fliscornista italiano Paolo Fresu. Juntos y revueltos tiñen de jazz el Mediterráneo, y hacen vibrar a los escuchadores.