ÁVIDAS PRETENSIONES

AUTOR Fernando Aramburu

EDITORIAL Seix Barral. PÁGINAS 416.

PRECIO 20 euros

A quienes hayan leído al Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) implacable en su retrato la sociedad vasca, el de los cuentos acerados de Los peces de la amargura (2006) o el de la valiente novela Años lentos (2012), les espera una sorpresa porque este libro supone un radical cambio de registro. Ávidas pretensiones es una sátira feroz sobre la poesía española actual, aunque mejor sería decir sobre la fauna de poetas y críticos que la colonizan, a algunos de los cuales se les puede adivinar a través de sus caricaturas. Aramburu se ha divertido sin tasa y sin escatimar ninguno de los recursos degradatorios de una tradición satírico-grotesca que se remonta a la Antigüedad, aunque su azote satírico no responde al propósito de enmendar los vicios morales mediante la risa (el castigat ridendo mores), porque sus poetas (o "poetada") no tienen remedio y son seres estrictamente grotescos: en ellos la práctica sublime de la poesía sale perdida de lodo (y de dolo).

La excusa argumental es simple: casi una treintena de bardos (desde un provecto candidato a Premio Cervantes hasta un veinteañero con antecedentes penales) se reúnen en un convento de Morilla del Pinar para celebrar las Terceras Jornadas Poéticas, al final de las cuales se elegirá entre los presentes al que merezca la corona de laurel. En la galería de inscritos hay de todo: un anciano ciego emparejado que se beneficia a una joven codiciada, una pareja de lesbianas en celo, otra de homosexuales, un buenazo que cocina unas paellas de campeonato, el reyezuelo de la taifa poética que corta el bacalao, el antólogo repetitivo, el vate rural y la poeta deprimida...

Como es propio de la contracultura carnavalesca, los lazos que interrelacionan a unos con otros son escatológicos y sexuales, sin que falten la comida, las copiosas libaciones y los garrotazos. En la colonia poética abundan la egolatría y los rencores, las vanidades heridas y los odios a espuertas, una lujuria cavernícola y el más hediondo tufo a vileza moral, en fin, los combustibles ideales para que arda la hoguera de la sátira.

Aramburu, como manda el género, no deja títere con cabeza, lo que va a enojar a más de uno y de dos poetas. La rivalidad entre poetas metafísicos y de la experiencia está representada por el grupo de los metafas y la tribu de los realitas, y ninguna de las facciones se libra de un bombardeo más denigrante que corrosivo. Quienes conozcan ese mundillo literario y resistan la tentación de sentirse ofendidos podrán divertirse muchas veces pero otras les tocará aburrirse, que es lo que podría sucederle a los lectores que desconozcan los intríngulis de este gremio. Y es que la sátira no tolera bien que se la estire en exceso y más de 400 páginas son demasiadas.

PRETENDIENTES DE GLORIA La desdicha excrementicia de uno de los metafas, Eugenio Alpuente, descompuesto tras comer unas setas tóxicas, ayuda a articular toda la novela, pero no basta para mantener el interés narrativo sin que languidezca, como no bastan las peripecias de los personajes principales: el alcoholizado Juanjo Changa, la rencorosa y divina Nívea, o la extraña pareja que forman el ciego Mateo Gil y su ninfa Vanessa Rincón. Lo que sí logra este desmesurado Laurel de Apolo o nuevo Viaje del Parnaso (por decirlo con los títulos de Lope de Vega y Cervantes) es disuadir a los lectores ingenuos que aún creen que quienes se dedican al arte supremo de la poesía son por eso mismo personas virtuosas, sensibles y cabales y no ávidos pretendientes de una gloria algo apolillada.