Hoy, Lola, María de Ávila, hubiera cumplido 94 años, pero nos dejó el pasado 27 de febrero y su recuerdo nos evoca su elegancia, distinción y armonía en las formas, su firme personalidad e impronta y, cual maestra que fue, nos dejó un numeroso elenco de alumnas y alumnos, muchos de los cuales, desde sus comienzos como educadora, han sido figuras en algunas de las más importantes compañías de ballet de todo el mundo, llegando a alcanzar, en no pocos casos, el máximo protagonismo como primeras figuras.

Con motivo de su fallecimiento los expertos y los críticos de la danza escribieron y elogiaron ampliamente la semblanza profesional de la gran figura que fue María de Ávila, y no seré yo, un simple admirador de la danza, quien pretenda ir por ese camino. Sin embargo, sí que me gustaría dejar patente el orgullo y el honor que como director del Pabellón de Aragón pude tener al acompañarla, tratarla y compartir unos muy gratos y emotivos momentos durante la celebración de la Exposición Universal de Sevilla de 1992.

Cuando en enero de 1991 el entonces consejero de Presidencia y Relaciones Institucionales, José Ángel Biel, y el propio presidente de la comunidad autónoma, Hipólito Gómez de las Roces, me encomendaron la dirección del Pabellón de Aragón, me encontré un proyecto en el que había muchas y muy buenas decisiones ya tomadas; decisiones que condicionaban buena parte de la presencia aragonesa en Expo'92. Me refiero a aspectos relacionados con el propio edificio, diseñado por el arquitecto José Manuel Pérez Latorre, la empresa que iba a construirlo, o los cinco temas básicos sobre los que se pretendía pivotara la presencia de Aragón en Sevilla, y que eran las referencias a aragoneses universales como Goya, Fernando el Católico y Buñuel, la apuesta por la candidatura olímpica de Jaca'98 --luego eliminada-- y una visión socioeconómica de Aragón-2000. Esas grandes líneas habían sido trazadas y definidas por un selecto grupo de profesores y expertos, de reconocido prestigio, que formaban el consejo asesor.

En paralelo a la enunciación de esas grandes líneas, se había definido la presencia y participación del Pabellón de Aragón en una serie de espacios públicos, siendo los de mayor envergadura, la celebración de una Gala en Homenaje a María de Ávila, como acto inaugural del Festival Internacional de Danza, en Itálica, la presencia del Ballet de Víctor Ullate en una de las sesiones del propio festival, un concierto de Pilar Lorengar y otro de Antón García Abril en el Teatro de la Maestranza de Sevilla --debiendo recordar aquí que finalmente Pilar Lorengar declinó su participación debido al progreso de su enfermedad--. También, entre otras muchas manifestaciones culturales y artísticas, procede recordarse que de la mano del Pabellón de Aragón, también actuó en Sevilla el Ballet de Zaragoza.

PUES BIEN, la idea de la Gala en Homenaje a María de Ávila se había lanzado, pero la puesta en marcha y ejecución, tenía su complejidad, dado que se pretendía, ni más, ni menos, que lograr que un número significativo de alumnos suyos, todos ellos primeras figuras en sus respectivos ballets, pudieran estar libres y disponibles en una determinada fecha, y pudieran trasladarse a Sevilla. Lo cierto es que el afecto y la admiración de todos ellos hacia María de Ávila, facilitaba enormemente la tarea, pero no dejaba de tener su complejidad, para el reducido equipo que formábamos, mientras estábamos construyendo el edificio del pabellón, definiendo y encargando sus contenidos, programando las actividades de los 176 días de duración de la muestra universal... y tratando de buscar patrocinadores que nos ayudaran a cubrir el presupuesto de esa ambiciosa presencia de Aragón en Expo'92.

Si fácil fue contar con los alumnos de María de Ávila, mucho más lo fue contar con la colaboración de los máximos responsables del Festival Internacional de Danza de Itálica y los propios directivos de la División de Cultura de la Sociedad Estatal de la Expo. A todos ellos la figura de María de Ávila les pareció una magnífica elección para inaugurar un festival de tanto prestigio como el de Itálica, en un año tan singular e irrepetible en Sevilla como el de 1992. Y, en este sentido, es de destacar el plantel de compañías de danza que pasaron por el festival como parte de la programación de los países participantes en la Expo. Ese elenco de compañías solo es viable reunirlo con ocasión de un evento extraordinario, como lo son las grandes exposiciones universales o internacionales --como así se pudo comprobar también en Zaragoza en 2008--. El año 92, Lola vino dos veces a Sevilla. Una para conocer el escenario y a quienes coordinaban el festival y otra, poco antes del 22 de junio, que fue el día del homenaje en Itálica. En ambas ocasiones tuve el honor de ejercer de anfitrión en la cautivadora ciudad de Sevilla. Aunque espartana en su alimentación, y con su elegancia natural, compartimos momentos que conforman parte del legado de la Expo, su riqueza humana.

EN DEFINITIVA, lo que quiero resaltar con estas líneas es que resultó muy sencillo contribuir al reconocimiento universal de la valía de un personaje de la talla y categoría de María de Ávila, en un marco ya de por sí del máximo nivel, como fue el de la Expo del 92, con 102 países participantes y por la que pasaron más de veinte millones de visitantes.

Hoy, con la perspectiva que da el tiempo pasado, creo que los aragoneses nos podemos sentir orgullosos de haber sabido aprovechar esa oportunidad histórica que supuso la Expo'92 para poner en valor una de las figuras artísticas más reconocidas e incuestionadas, el patrimonio común que para los aragoneses ha significado la figura de María de Ávila; en definitiva supimos estar a la altura de lo que supone ofrecer, en vida, un reconocimiento profesional y artístico tan merecido como el brindado entonces a María de Ávila.

Han pasado 22 años de aquella Exposición Universal en la que Aragón mostró su mejor rostro al mundo. Y hoy, sin Lola entre nosotros, el recuerdo a su memoria nos evoca la grandeza del pueblo aragonés y la grandeza del corazón de sus gentes.