Nadine Labaki es uno de los rostros más conocidos de una nueva generación de mujeres cineastas que en diversos países árabes están comenzando a utilizar el cine no solo como un medio de expresión para liberar su interioridad y exponer sus sentimientos, sino también como un arma política y social.

Para llegar a ponerse detrás de la cámara han tenido que enfrentarse a muchos tabús. Algunas de ellas tenían referentes previos en sus países de origen, mientras otras se han erigido como pioneras dentro de sus respectivas cinematografías. Es el caso de Annemarie Jacir, que se convirtió en la primera directora palestina en rodar una película en el 2007 gracias a La sal de este mar, dedicada a las víctimas de la Nakba y la matanza de Dawayira. La recuperación de la memoria histórica es uno de los grandes temas que subyacen en la película, pero también la necesidad de recuperar la identidad y las raíces.

Mai Masri llevaba desde los 80 haciendo comprometidos documentales. En la primera Intifada conoció la historia de una profesora que dio a luz a su hijo dentro de una cárcel de Israel esposada y rodeada de soldados armados. Esa imagen se convirtió para ella en un símbolo de la mujer palestina sometida y humillada y de ahí salió el germen para su aclamada 3000 nights (2015).

Otra precursora es Haifaa Al Mansour: su ópera prima, La bicicleta verde (2012) se convirtió en el primer largometraje rodado íntegramente en Arabia Saudí y el primero dirigido por una mujer. Es una película en la que a través de la mirada de una niña de 11 años se pone de manifiesto la represión a la que ha de hacer frente la población femenina desde la infancia a través de toda una larga lista de prohibiciones.

En el 2014 se produjo otro hito, la primera nominación al Oscar que ha tenido Netflix la consiguió la egipcia-americana Jehane Noujaim por The square. La directora, cámara en mano, salió a la calle para radiografiar en directo los acontecimientos que tuvieron lugar alrededor de la plaza Tahrir, uno de lo corazones de la Primavera Árabe. El resultado es un documento histórico imprescindible y una reflexión sobre el poder de las imágenes a la hora de evidenciar las injusticias.

Corrupción y abuso policial

En Túnez encontramos a Leyla Bouzid y Kaouther Ben Hania, dos magníficas cineastas que se encargan de destapar en sus películas temas como la corrupción o los abusos policiales. En As I open my eyes (2015), una joven a punto de entrar en la universidad que canta letras comprometidas en un grupo de música será detenida por el servicio secreto por comportamiento impropio. Todavía más incómoda es The beauty and the beast (2017), de Ben Hania, una disección en torno al miedo, en la que seguimos el calvario de una joven que intenta poner una denuncia después de haber sido violada por unos policías. Y la semana pasada se estrenaba Sofia, de la marroquí Meryem Benm’Barek, devastadora película de denuncia contra el régimen del país, el poder económico y el egoísmo social en la que una joven da a luz un bebé sin estar casada, algo que está penado por la ley.

Hay algo que tienen en común todas las mujeres protagonistas: su resistencia. Son rebeldes, son contestatarias en un mundo en el que no se pueden expresar con libertad, y aun así no se rinden, aunque lo tengan todo en su contra continúan luchando sin descanso contra la opresión y el yugo del sistema patriarcal.