Parece ser que, ya a finales del siglo XVI, la universidad española habría acuñado la célebre frase de «Lejos de nosotros la funesta manía de pensar», para desacreditar los trabajos del erudito jesuita Juan Bautista Villalpando (1552-1608), matemático, arquitecto y escritor, en quien -no obstante su sabiduría-, muchos de sus contemporáneos ilustres colegas no vieron sino «la funesta novedad de pensar», ya que negaba que las estrellas estuvieran regidas por los ángeles, defendía el sistema de Copérnico, y afirmaba que los rayos son naturales, y «todo ello parecía pretendía quitar el temor a la ira de Dios, con tendencia a tratar las cosas en términos poco conciliadores con los textos sagrados…».

«Eppur si muove» («Y sin embargo, se mueve»), que es la frase que pronunció Galileo en 1633, en Roma, después de haberse retractado (para librarse así de la hoguera) ante la Inquisición de su teoría heliocentrista. Porque la verdad, como la belleza, siempre triunfa y prevalece. De ahí que a finales del siglo de Galileo comenzara en Europa un período de casi de cien años de duración (que se prolongó hasta el inicio de la Revolución Francesa), conocido como El Siglo de la Ilustración o El Siglo de la Razón. Francia fue el país hegemónico en aquel tiempo, en donde surgieron pensadores y filósofos de la talla, entre otros, de D´Alembert, Condorcet, Diderot, Montesquieu y Voltaire. Todos ellos sostenían que mediante la razón humana se puede combatir la ignorancia y la tiranía, y de este modo construir un mundo mejor.

Y fue por este motivo: por la luz que la razón arrojaba sobre las sombras de la ignorancia, por lo que se conoció también al XVIII como El Siglo de las Luces, siendo quizás Francisco María Arouet de Voltaire (1694-1778), el más importante de sus filósofos. Alumno de los jesuitas, Voltaire manifestó muy pronto tan poco apego a lo religioso, que sus maestros llegaron a predecir proféticamente de él que llegaría a ser en Francia el corifeo del Deísmo (la experiencia de Dios experimentada a través de la razón y no de la fe).

En 1727 conoció en Bruselas al suizo Jacobo Rousseau (autor de El Emilio) con quien sin embargo no congenió, siendo su abrupta despedida el preludio de posteriores disputas entre los dos. Las Cartas filosóficas, o Cartas inglesas, que Voltaire publicó en 1735 en París (en 1728 lo habían sido en Londres) fueron inmediatamente prohibidas por demasiado atrevidas y quemadas por mano del verdugo. En 1758 se estableció en Ferney, donde vivió los últimos 20 años de su vida, durante los cuales desplegó una asombrosa actividad literaria, redactando cuentos, novelas, folletos, poesías de todos los géneros, epístolas, tragedias, comedias, y hasta epigramas satíricos y sarcásticos, al estilo del bilbilitano Marcial.

Voltaire supo manejar con maestría la ironía y el ridículo, convertidos de su mano en una poderosa arma literaria, pero que no fueron del agrado ni de la monarquía francesa ni de la Iglesia, pese a su excelente relación con ciertos sectores del clero francés, incluidos destacados abades familiares suyos. Escribió, no obstante Voltaire sobre la religión, destacando las obras La Biblia comentada, y Diccionario filosófico, que en su tiempo se interpretó como un indigno propósito de ridiculizar la religión; motivo por el cual sus obras estuvieron largo tiempo prohibidas por la Iglesia (en España, incluso durante la dictadura de Franco), hasta el punto de que, en el pasado, el calificativo de «volteriano» sirvió para designar a la persona que manifestaba incredulidad o impiedad cínica o burlona hacia todo lo religioso.

No obstante, de lo que no cabe duda es de que Voltaire, con su agudeza e ingenio, ejerció durante un siglo -tanto en Francia como en el resto de Europa- una influencia decisiva sobre la filosofía y la literatura que han perdurado hasta hoy. De este modo, su compatriota, el filósofo André Glucksmann (1937-2015), llegó a decir: «Europa será volteriana o no será».

Ricardo Moreno, el autor de Nosotros y Voltaire, reivindica asimismo la validez del filósofo de Verney, en un tiempo en el que la humanidad posmoderna huye de la realidad y prefiere los monstruos goyescos del sueño de la razón a la belleza; un tiempo en el que el lirismo embriagante de los nacionalismos se impone a la solidaridad, en el que se llama posverdad a la mentira, y en el que la tolerancia se subordina a viejos y nuevos dogmas. De ahí que la razón que sostuvo el pensamiento de Voltaire sea ahora más precisa, pues como expresó el autor en una cita de su Dictionnaire philosophique: «Una vez que el fanatismo ha gangrenado un cerebro, la enfermedad es casi incurable».

‘NOSOTROS Y VOLTAIRESSRq

Ricardo Moreno Castillo

Pasos Perdidos