El Ebro no es solo un río que siempre va muy vacío o bastante lleno y que, últimamente, amenaza con desbordarse cada dos por tres. Tampoco es solo un río que atraviesa una de las zonas más pujantes de España por su agricultura y por su industria, con un potencial que lo convierte en carne de trasvases. Como tampoco es únicamente, en plan trascendente, un crisol de pueblos y civilizaciones, con ciudades que son compendios artísticos, focos culturales, centros turísticos y de servicios.

El Ebro es todo eso y también, a un nivel más concreto y actual, un río hecho para practicar deportes acuáticos. De acuerdo con que está cargado de historia, de periódicas riadas, de presente y de futuro, pero, desde un punto de vista utilitario directo, es asimismo una infraestructura natural para bajar en canoa, en kayak o en piragua. Para competir y disfrutar.

Eso queda patente, al menos, desde hace 34 años, cuando se instituyeron las regatas de las fiestas del Pilar, una ocasión anual en la que se comprueba que, efectivamente, el agua que acarrea el Ebro da mucho juego. En las celebradas este domingo entre el CN Helios y el Club Náutico de Zaragoza, participaron 459 embarcaciones de todas las comunidades, con excepción, quizá, de Andalucía y Canarias y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.

Durante cuatro horas, de 10 de la mañana a dos de la tarde, regatistas de todas las categorías, incluida la modalidad paracanoe para personas discapacitadas, han agitado las aguas turbias del río con sus palas y se han deslizado entre el puente de Piedra y el de La Almozara. Componían una estampa inusual en una ciudad que, por más que la atraviese el Ebro, le da la espalda al río, al decir de todos los aficionados locales al piragüismo.

UNA IMAGEN EXPORTABLE

Y, sin embargo, hay una imagen de la capital aragonesa, muy difundida, muy exportable, en la que se ve a unos esforzados remeros navegando rítmica y velozmente bajo el puente de Santiago, sus aerodinámicas embarcaciones recortadas contra un fondo dominado por las torres de la basílica del Pilar.

Se trata de un momento de gran belleza. La fluidez del río y el movimiento de los deportistas frente al templo estático, bajo los potentes arcos de hormigón que sujetan el tablero del puente. Muestra, además, Zaragoza con un recurso muy europeo: el río caudaloso (en esas instantáneas siempre parece caudaloso, algo sombrío y hasta traicionero) en un país de parvos cauces fluviales, como es el caso del Manzanares (Madrid) y del Llobregat (Barcelona). No es el Danubio, se dirá con razón, pero no está mal.

EFECTO ARMÓNICO

Chema Esteban Celorrio, con una medalla olímpica en la modalidad K4 y presidente de la Federación Aragonesa de Piragüismo, organizadora del evento, tenía este domingo en mente ese poder de atracción de un deporte que es minoritario en la comunidad, con solo 400 practicantes, «en su gran mayoría en la ciudad de Zaragoza».

«Cuando salen todos juntos, en cada una de las pruebas, es un espectáculo ver el agua que levantan al palear y la estela que dejan las embarcaciones», ha dicho. De hecho, muchos zaragozanos se han asomado desde las barandillas de los tres puentes bajo los que discurrían las pruebas, atraídos más por el efecto armónico de las estilizadas piraguas que por las vicisitudes de la prueba en sí.

Digamos que los hinchas, además de los participantes que todavía no habían salido, estaban todos junto al Club de Natación Helios, al borde del agua, pegados a los jueces de las pruebas.

Era un grupo de gente no muy numeroso, pero entusiasta, entregado a la tarea de animar a los suyos, a los piragüistas venidos de ciudades que tienen algo que ver con los deportes náuticos, generalmente en provincias costeras (Casteldefells) o en zonas de interior con lagos (Bañolas) o ríos con tramos mínimamente navegables (Aranjuez, Palencia).

«Para nosotros, el piragüismo es, entre otras cosas, una forma de vida sana y una manera de relacionarlos con otros aficionados, de viajar a partes de España con el mismo interés por el deporte», ha explicado Mar Campos, de Silla, una localidad levantina situada junto a La Albufera.

A su lado, una aficionada aragonesa se refirió a algo que preocupa mucho a los piragüistas de la comunidad. «Al contrario de lo que pasa en otros sitios de España, aquí es un deporte poco apoyado, apenas tenemos patrocinadores», ha denunciado.

Otro foco de descontento, ha comentado la misma persona, son las algas que proliferan en el cauce y que, al agarrarse a los remos y a los timones bajo el casco de las embarcaciones, frenan el avance de los competidores. Por no hablar de la falta de un acceso gradual al Ebro desde la orilla en el CN Helios.

Pero en esta prueba ni la falta de apoyos ni las algas ni la ausencia de una rampa que lleve suavemente hasta el agua iban a empañar una jornada grande en el historial regatista de Zaragoza.