Hugo Chávez quería dedicarse al béisbol y a sus 50 años ha acabado por crear un movimiento que le sobrevivirá, como el peronismo a Perón, porque ha incorporado a un marginado pueblo llano a la sociedad y a la política. Hijo de maestros pobres, nació en Sabaneta, en la provincia de Barinas, bajo el signo de Leo, vendió fruta y caramelos en la calle e ingresó en la academia militar de su provincia creyendo que sería el trampolín hacia los grandes equipos.

De oficial pasó a conspirador porque su locuacidad dio lugar al regaño sugerente de un superior. "Chávez, parece usted un político". Soñaba con tener a un estadio pendiente de su guante de béisbol y la bola que llegó a su zurda fue todo un país, el suyo: Venezuela.

El escapulario familiar

Junto con la fuerza, Chávez siempre desprendió ese cordial magnetismo que cuando sonríe le ilumina el rostro. "Católico convicto", confió su suerte al escapulario de un bisabuelo e incorporó a su altar sincrético las figuras del libertador Simón Bolívar y del "quijotesco y soñador" Ernesto Che Guevara.

Desde Miami, el dos veces presidente Carlos Andrés Pérez aún maldice el momento en que le dio el sable de oficial a quien 20 años después saltó a la fama al intentar derrocarlo; querría verlo "morir como un perro". Pero ahora el golpista es gobernante, el único que, en medio de su incontinencia verbal, puede decir tranquilamente cosas como: "Bush es un pendejo".

El escapulario hecho amuleto le fue de ayuda, asegura Chávez, incluso aquel 4 de febrero de 1992, cuando rindió la rebelión y su único combate como teniente coronel insurgente, antes de ir a la cárcel, fue salir en la tele tocado con su boina roja de paracaidista. Calaron la soflama y la boina del hombre del pueblo, que tanto contrastaban con el putrefacto bipartidismo asentado sobre el barril de petróleo, y el golpista alcanzó la presidencia seis años después con una amplia mayoría de votos. "No soy populista, sino humanista", corrige.

Emana seguridad y recuerda a Napoleón al confiar que seguirá inclinando las batallas a su favor "con un minuto de inspiración de estratega y un segundo de táctico". Sólo un "minuto estratégico" lo sorprendió sin estar preparado, y además con rubeola, para acabar de decidir tres años antes su vida: el caracazo , la violenta revuelta popular que, segada por "reclutas asustados", acabó con millares de muertos. Esa tragedia conjuró a los jóvenes oficiales rebeldes para el fallido golpe e inició la "rebelión" de los marginados.

Desafiante, especialista en romper protocolos y rebelde de corazón, Hugo Chávez barrió en las urnas a los viejos partidos, juró sobre la "moribunda Constitución" e hizo un nuevo Parlamento, una nueva Constitución (bolivariana) y una nueva República (la Quinta). Con la del domingo, ha ganado ocho elecciones seguidas. Los descamisados incorporaron su foto a los altarcitos, pero se congració la enemistad de empresarios y terratenientes, la gran central sindical, la Iglesia --"tumor de la sociedad", dice--, los medios de comunicación y los "propietarios oligarcas".

La lupa de EEUU

Washington observaría con lupa al amigo y émulo de Fidel Castro; su poder y la perspectiva de un largo Gobierno jugaban en su contra. A finales del 2001, Chávez presentó medio centenar de leyes que alarmaron a los potentados: los ganaderos del Zulia, los terratenientes del interior, los ricos del Valle. Mermada su capacidad adquisitiva, la clase media se lanzó tras ellos a la calle; comenzó el "goteo de militares" disidentes. El 11 de abril del año siguiente, un golpe de Estado siguió a la muerte de 40 manifestantes abatidos por francotiradores, pero el respaldo popular y la lealtad de su guardia y altos oficiales con mando en tropa lo devolvieron a Miraflores 47 horas después.

En diciembre de ese año, el empresariado inició una huelga que acabó en sabotaje de los centros productores y distribuidores de petróleo, del que Venezuela es el quinto productor mundial. Dos meses después, el vehemente e incansable gobernante, con ayuda de sus fieles y del Ejército, consiguió superar también esa batalla, que dejó pérdidas millonarias. "Soy presidente de la catástrofe, soy un presidente catástrofe", dijo este narrador incansable, que recita de memoria poemas de Pablo Neruda.

Desenfadado y campechano, sólo toma el bate de béisbol los domingos, enfundado en un chándal tricolor y estrellado. Para la gente bien, resulta como un gitano o un magrebí al frente de la Moncloa.