Jacques Chirac tiene un serio problema. Tras su paseo triunfal en las presidenciales, diseñó un partido a imagen y semejanza del fiel Alain Juppé, su lugarteniente desde hace 20 años, el que le cubría las marrullerías administrativas, el que le escudaba contra los rivales del partido, el que le servía de sacrificado fusible en situaciones desesperadas. La condena de Juppé deja a Chirac desamparado ante la ambición del ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, y ante la fragilidad de su Unión por un Movimiento Popular.*Periodista.