Hoy que al día se le va notando al día un trocito más de luz como si quisiese hacerse más largo para compensar lo difícil que es el invierno, el rebaño parece que agradece ese regalo de luz y bonanza, y campea con alegría buscando en el campo más lejano. Yo no las freno porque es bueno que alcancen la tierra que les estuvo vedada mientras que el día fue tan corto. Hoy deciden llegar hasta la esquina del término, a "la peña halcona". La cresta de una cordillera que divide las aguas y también el límite entre pueblos. Al llegar a la cumbre se ve carear otro rebaño que pensaría igual y decidió acercarse hasta "la peña halcona". Al poco, el otro pastor y yo nos saludamos. Es ya entrado en años, próximo a la jubilación. Con unos colores en la cara que tiran a rojo, sonríe, se coge una mano con otra al nivel del pecho, como si anunciase que no tiene que hacer, como si quisiera expresar cordialidad. El sol invita a ambos rebaños a extenderse buscando algo que el invierno les negaba. Desde aquí divisamos al fondo "la vega temprana", el río, con sus chopos y nogales, con su infinita quietud. Un poco más adelante, la "peña halcona", que parece que todo lo preside en la vega, como si una gigantesca espada hubiese dado un tajo y hubiese surgido una pared de piedra infranqueable y desnuda, donde sobrevuelan las chovas y el halcón. Le digo a mi contertulio que se llama "peña halcona", por que crían los halcones, y el me dice que hay una historia: En la antigüedad, cuando la península estuvo ocupada por los árabes, esta cordillera y "la vega temprana" era donde se dividían los límites de la zona árabe y la castellana, al sur los musulmanes, al norte el pueblo cristiano. En este, una casa noble y de abolengo estaba al frente de las cuestiones de guerra con los árabes, y en ella sólo tenían una hija, que le gustaban los caballos, la cetrería, las armas, que a su padre, a falta de un hijo varón, le gustaba. Según crecía, aprendió más estas artes y era frecuente verla salir a caballo con una rapaz en el puño. Por aquí también cazaba y paseaba un joven árabe con halcones baharies y caballos de sangre obayan. Un día como hoy, soleado y pacífico, coincidieron ambos en esta vega y sin importarles las guerras tramaron conversación. Volvieron a coincidir en días de luna llena, que es cuando las rapaces mejor vuelan por estar más enjutas y lo que era coincidencia se fue haciendo costumbre y surgió el amor, que es ajeno a las fronteras a religiones, que no entiende lo mundano. Y así, pasaban los días viéndose cuando podían, paseando por esta vega, cambiándose los caballos, el de ella un tordo de Córdoba, el otro un alazán. Algunas tardes retrasaban la despedida para ver el color rojo de las nubes cuando se va el sol.

Cuando el idilio era de lo más bonito, y en su vida sólo existía el otro, nada tan bonito podía ser eterno, nada que sobrepase las leyes de los vivos podía ser duradero. Y el padre de ella se enteró que su hija se veía con un árabe, por "la vega temprana", bajo esta peña. Mandó que lo capturasen vivo o muerto. Un día que paseaban con las últimas luces de la tarde y como a veces hacían habían intercambiado los caballos, fueron sorprendidos por los hombres, que sin miramiento dispararon un venablo sobre el jinete del caballo alazán que creyeron el árabe, que le atravesó el cuello. El muchacho sacó su daga y los hombres que se dieron cuenta del error dispararon otra flecha de su ballesta y lo derribaron, cayendo junto a la chica que agonizaba y ambos de la mano se miraron por ultima vez, jóvenes y enamorados. Sus halcones volaron a la peña halcona y desde entonces crían como si quisieran continuar con la historia de amor.