Cariñena, capital de la comarca de su nombre, reconquistada a los musulmanes por el rey Alfonso I el Batallador, fue a lo largo de la historia visitada por numerosos reyes aragoneses y por otros de las casas de Austria y de Borbón; siendo el abuelo del actual rey, Alfonso XIII, el que le concediera el título de ciudad dejando de ser villa de Daroca.

En una población que posee un valioso patrimonio histórico y cultural no es de extrañar que nacieran en ella abundantes personas intelectuales, sobre todo religiosos, que ocuparían cargos importantes en la España de la Edad Moderna: el padre Jerónimo Aldovera, agustino que llegó a ser catedrático de la universidad de Zaragoza; Juan Garcés, "camarero" y "consultor" del papa aragonés Benedicto XIII; Juan Bernal, fraile mercedario que fue confesor y predicador de los reyes Felipe II y Felipe III; Jerónimo Murero, abad del monasterio de San Juan de la Peña...

A la hora de elegir, algo difícil, hemos escogido al que llegaría a ser obispo de Tarazona, Pedro Manero. El 24 de diciembre, día de Navidad de 1599, nacía en Cariñena un hijo de Pedro Manero y de Catalina García al que se le impuso el nombre de Tomás. Seguramente, aquel niño ingresaría muy joven en el convento de la Orden de San Francisco, situado en el término municipal de Cariñena, lindando con el de Paniza, y que fue fundado, según la tradición, por San Bernardino de Siena cuando vino a España y pasó por el reino de Aragón camino de Santiago. Pedro Manero, tras ocupar diversos cargos dentro de la orden de San Francisco, fue elegido en Roma el año 1651 general de la mencionada congregación; tres años más tarde, ya obispo, tomó posesión de su cargo en la catedral de Tarazona tras haber sido reconocido en todos sus cargos como una persona virtuosa y de gran inteligencia. Buen conocedor de la lengua latina, tradujo al apologista cristiano Tertuliano su famosa "Apología" --impresa en los talleres Dormer de Zaragoza-- y "El Libro de la Paciencia", que fue reconocido, tiempo más tarde, por la Academia Española como una traducción realizada con mucha precisión y galanura.

El Padre Manero, autor de numerosas obras dirigidas de forma especial a los hermanos de su Orden, tuvo una gran amistad con la beata Sor María de Agreda, religiosa franciscana que sostuvo relación epistolar con el rey Felipe IV. Esta monja "mística", sabedora de que el obispo de Tarazona se hallaba en precario estado de salud por los pleitos que sostenía con la ciudad de Calatayud, solicita en una de sus cartas a su majestad el Rey que sea trasladado a la diócesis de Valencia. Su petición no pudo cumplirse; dos años mas tarde, el 5 de diciembre de 1659, a la edad de 60 años moría el Obispo Manero. Sus restos descansan en la catedral que regentó, en la capilla de San Lorenzo.

Cariñena, su pueblo natal, le honra con una calle que muere enfrente de la iglesia parroquial, en cuya sala capitular (convertida en museo por el sacerdote e historiador don Emilio Moliner Espada, de cuyo libro "Historia de Cariñena" por él escrito, he tomado los datos que aquí se cuentan), se conservan dos cartas autógrafas y un cuadro que le recuerda: es un magnifico lienzo, no muy bien conservado, en donde se puede apreciar la figura egregia de este singular obispo. En una sala adjunta podemos también contemplar valiosas imágenes, cálices, custodias, cruces y códices de gran valor, así como el brazo relicario de San Valero, patrón de la localidad, donado por el prior de La Seo, y fundador de la Universidad de Zaragoza, don Pedro Cerbuna. Todo ello forma un magnífico tesoro (el concejal de cultura Alberto Pe me lo enseñó con mucho interés) del que los cariñenenses pueden sentirse orgullosos. Ahora sólo queda que esa grandiosa iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, sea urgentemente restaurada para evitar que las humedades y las palomas deterioren su interior; de esta forma, el valioso museo podrá ser dado a conocer en todo su esplendor.

SANTIAGO SANCHO