Entre todas las cosas que nos está dejando esta situación de excepcionalidad que estamos viviendo, destaca el nuevo sentido de viejas palabras. También su cercanía. Es decir, palabras que estaban lejos de nuestras realidades son ahora centrales, y palabras cuyo uso parecía obsoleto, se reactualizan.

Palabras como cuarentena, pandemia y confinamiento, salen de sus novelas y de sus artículos científicos para instalarse en nuestra vida. Otras que también han adquirido visos de protagonismo son salvoconducto y secuela.

Los salvoconductos me hacen pensar en 'Casablanca', especialmente en Rick Blaine y su elegancia para moverse entre el amor (y el desamor) y la virtud. Sinceramente, nunca pensé que algo así, esa especie de “acreditación” , tuviera su uso en nuestra sociedad del sXXI. Y en cambio, ahí estamos muchos, a la espera de un salvoconducto que permita la movilidad por las fronteras interprovinciales. Quizás ésta vez los salvoconductos no nos salven la vida, pero quizás nos la cambien.

Lo que está claro es que todo está inventado, y que nunca sabes cuando tendrás que hacer uso de qué, aunque sea del pasado. Vivo expectante a la espera de nuevas palabras que decidan reactualizarse.

La última palabra que resuena últimamente es secuela. Es cierto que esta palabra no me es tan ajena como los anteriores, o tan distante, ya que por mi trabajo como psicoterapeuta la escucho con cierta frecuencia, y aun así, me sigue resultando inmensa. También intensa.

Hoy, nos hablan de las secuelas económicas, sociológicas y psicológicas de todo lo que estamos viviendo, y de cómo eso nos va a redefinir.

La secuela es lo que sigue. La continuación. La consecuencia. Insisten en las secuelas que todo esto nos va a dejar y obvian recordarnos que todo es secuela. Toda nuestra vida es la consecuencia de lo anterior. De lo que se dijo. De lo que no se dijo. De lo que se hizo. De lo que no se hizo. Las secuelas nos construyen. Son el espacio que pone en evidencia lo que somos; quienes somos. Todo tiene consecuencias. Suena a amenaza, pero es un recordatorio.

Marcas de la vida en la piel

Las secuelas, sus consecuencias, me hacen pensar en cicatrices; en esas marcas de la vida en la piel, y más allá incluso, en el alma. Son las muescas del tiempo; la certeza de que algo que se abrió, sangró, y se cerró. Las cicatrices son los mojones de nuestra historia. Marcan lugares inevitables de paso, pequeños grandes hitos de nuestras historias particulares. Algunas son muy pequeñas, casi invisibles, pero que te anclan a aquello que tanto dolor te provocó, y que quedó atrás. Hay cicatrices de vida, cómo las cesáreas, y cicatrices de casi muerte, como las de aquel incendio. Cicatrices que son el resto (y el rastro) de una herida que surgió de repente, o incluso tontamente, qué es como pasan muchas de las cosas importantes de nuestra vida. Esa quemadura. Aquel perro que te atacó. Incluso puede que un tiburón. Aquella caída, aquel golpe… palabras que pueden entenderse a todos los niveles, porque existen golpes físicos, y metafísicos. Porque también existen las cicatrices invisibles. Son individuales, únicas, parte de la mitología propia de nuestra historia secreta, pero que están ahí. Aquí.

Cada piel tiene su cartografía. En ella, quedan representadas las cicatrices de cada existencia. Las que dejan una marca más exagerada, son las de las cosas que no salieron como deseábamos. Las ausencias. Las despedidas veladas. Otras, son el recordatorio de una época peor, pero que ya quedó atrás.

Las cicatrices transforman nuestra estética, pero en esa transformación, nos dan forma. Nos recuerdan quienes somos, quienes fuimos, y en algunos casos, quién podríamos haber sido.

Los hombres serios de la televisión hablan, con gesto grave, de las secuelas. Al tiempo, yo pienso en las cicatrices, y en cómo, mientras haya alguien que pueda acariciarnos el resto de una herida, todo irá bien. Ellas son el mapa de nuestra historia, la hoja de ruta de nuestros recuerdos.