Este domingo estamos todos invitados a una fiesta. Inaudito. Que se estiren de esa manera.

Por eso, por la rareza, molaría asistir. Cierto que, con más frecuencia de la deseable, estas verbenas dan mucha pereza. Porque los anfitriones van a contar por enésima vez el mismo chascarrillo... sí, ya sabes... ése tan gracioso... Puede que incluso saquen a desfilar las fotos de su último viaje, o de las babas de su sobrino. Además, la música es machacona, del género bobo con el que se te atragantan los pasos de baile. Ya puedes ir profetizando que los canapés que sirvan se te van a indigestar: el paté los reblandeció en exceso, y las patatas fritas acabarán flotando en tu mojito, entre icebergs deshechos de cubitera y hojas de menta. Tal vez termines deambulando cual alma errante entre corrillos, ora de borrachos, ora de gente que, simple y llanamente, te cae gorda.

Vamos, un jardín de las delicias en potencia. Pero es que, si nos quedamos en casa como convidados de piedra, igual, al día siguiente, venga el llanto y el rechinar de dientes. Corremos el riesgo de que, en el calor de la reunión y las bebidas espirituosas, en plena exaltación de la amistad, los demás decidan los planes que vamos a ejecutar todos los fines de semana de, pongamos, ¿los próximos cuatro años?

Y que el lunes, nos toque preguntar, clamando en el desierto por una pizca de cordura, "¿a quién se le ocurrió la brillante idea de que compráramos un bono para hacer submarinismo en Valladolid?". "Ah, no sé, lo votamos a mano alzada, a mí qué me cuentas, si a ti no se te vio el pelo", nos exponemos a que nos respondan con las tablas de la ley en la mano, y una lógica de inmaculada concepción. Y entonces, anda que no nos restan por delante sábados que penar, con un traje de buzo y una bombona de oxígeno en alguna poza del Pisuerga.

En cambio, si acudimos al sarao, a lo mejor, con un poco de suerte, por intercesión del dios Baco y de algún otro, luego hasta lo gozamos, desmelenados encima de una mesa cualquiera. Los cenizos se proponen comparecer seguro. No hay guateque sin su cenizo. No se pierden uno. Por eso, para que no lo agüen, por contrarrestar, no sobraría que fuésemos allá con todo nuestro salero. Y que, si hace falta, llevemos el postre.

Atildémonos, desempolvemos las camisas con chorreras, vayamos a festejar y a por todas. Se trata de salir a ganar, como los futbolistas afectos al perogrullo. Convencidos de que el más guapo del lugar nos va a tirar la caña. O si no, si no le apetece, ya tiraremos nosotros por él toda una fila de vasos llenos al pasar. Qué importa. Será divertido. Comeremos ganchitos remojados en Fanta. Saltaremos como posesos en cuanto suene la canción de la que sí nos sabemos la letra...

En fin, que la fiesta te pille botando; y la democracia, también