Será la tercera vez consecutiva que el primer año octavo (año Ocho) de un siglo se convierte en una cita crucial para Zaragoza. En el 2008 se cumplirán doscientos años justos del inicio de la enorme batalla urbana que destruyó la capital aragonesa a cambio del dudoso honor de ser calificada como ciudad heroica y de convertirse en un precedente básico de los nuevos usos bélicos. Pero un siglo más tarde de aquella hecatombe, la Exposición Hispano-francesa de 1908 fue un hito fundamental en la recuperación de la Zaragoza europea, ilustrada y vanguardista. Ahora, aquel mismo espíritu innovador y transformador alienta tras el proyecto Expo 2008. No se trata (no debería tratarse) de hacer una simple operación urbanística o de adornar la ciudad con tres o cuatro edificios emblemáticos o de montar junto al Ebro un parque temático eco-urbano. Lo que está en juego es la recuperación, cien años después, del impulso modernizador que en 1908 situó a los zaragozanos de entonces en el escenario del nuevo siglo.

LA EXPOSICIONde 1908, promovida directamente por la nueva burguesía industrial y por los círculos liberales y progresistas, abrió la ciudad y toda la región a los inventos y asombros del siglo XX. La transformación urbana eclosionó con edificios, plazas y avenidas de extraordinario buen gusto y que, paradójicamente, versionaban con estilo y personalidad los modelos franceses; al final, París lograba en la paz lo que no pudo obtener mediante la guerra.

Pero aquel año mágico y aquel certamen fueron el momento crítico a partir del cual Zaragoza quedó integrada en el gran escenario urbano de Europa. En los tres decenios posteriores, la gran renovación vivida gracias a la Exposición y sus secuelas floreció en nuevas propuestas urbanísticas y arquitectónicas, en el desarrollo de un nuevo periodismo capaz de tenérselas luego con la mismísima Dictadura de Primo de Rivera, en el éxito de las vanguardias artísticas, en la expansión de la industria y de la técnica, en el desarrollo también de los nuevos movimientos sociales que convirtieron a la ciudad en un bastión del movimiento obrero. Les hablo de aquella Zaragoza de cafés y cinematógrafos de lujo, de tertulias cultas, de edificios modernistas y ateneos libertarios, de interiores art-decó , de carnavales elegantes y mítines apasionados, de fabulosos teatros y elegantes casinos. Todo ello estaba implícito en 1908. Y todo ello se fue perdiendo a partir de 1936.

Desde los años Sesenta, Zaragoza se ha revuelto una y otra vez sobre sí misma, ha adoptado formas (pero no contenidos) de urbe actual, se ha convertido en rico caldo de cultivo para la especulación inmobiliaria y, tras el retorno de la democracia, pugna por recuperar aquel espíritu innovador, aquella brillantez del último año Ocho. Por eso el 2008 no es... no podía ser una fecha más en el calendario.

Desde esa perspectiva, el actual movimiento pro-Expo representa algo más que una aspiración conmemorativa, un arrebato nostálgico o un argumento fácil para los programas electorales. Incluye ante todo la voluntad de resituar a la capital de Aragón en la primera línea de las grandes áreas urbanas de Europa.

EL PRECEDENTEde 1908 tiene valor no tanto como modelo genérico (una exposición internacional con grandes repercusiones sobre la fisonomía de la ciudad), sino como idea motriz (la asunción de los nuevos paradigmas sociales, culturales y científico-técnicos). Es más: hacer en estos tiempos una Expo habrá de representar un primer reto conceptual, porque a nadie se le oculta que este tipo de certámenes ha agotado ya sus formatos tradicionales y es imprescindible inventar fórmulas que les devuelvan su valor intrínseco y su capacidad de convocatoria.

Lo que hay tras el espíritu Expo en año Ocho del dos mil es la devolución de Zaragoza a las nuevas conciencias sociales, a las nuevas vanguardias culturales, a los nuevos conceptos empresariales y a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. ¿De qué hablo? De sostenibilidad y ecología, de creatividad, de un urbanismo al servicio de la ciudadanía, de innovación, de participación, de integración entre la ciudad y el campo... Pero también del fin (¡ojalá que definitivo!) de las miserables actualizaciones del caciquismo, las mesas camillas, el poder escondido entre bastidores y ese clima rancio y hermético que hoy nos impide vivir plenamente las posibilidades del siglo XXI. Todo eso nos espera en el 2008. Si sabemos llegar bien a la cita.