SOCIEDAD

Quién adolece de ser altanero posee –por regla general– un sentimiento de superioridad sobre todos los demás, basado en la falsa creencia de que merece mayores privilegios o concesiones que el resto de las personas que lo rodean.

Son seres humanos con un grado de autoestima por las nubes, que pasan olímpicamente de la opinión de sus congéneres, llegando a aburrir a un muerto –más pronto que tarde– por su forma de actuar, hablar y pensar.

Dado el caso de que, en esta sociedad globalizada actual –tan narcisista e individualista, por más señas– resulta más fácil de lo imaginable poder detectarlos, y, pese a defender sus creencias muy duramente aunque ¡ojo¡ en la mayoría de las ocasiones sin fundamentos, lo más aconsejable es «ignorarlos» y centrarnos a continuación en quienes benefician nuestro crecimiento.

Y es que, medio escondida la altanería frecuentemente bajo la amplia capa de la soberbia y de la arrogancia, tal como dijo en su tiempo el célebre filósofo y jurista francés Montesquieu: «Pronto cansa la altanería de una mujer hermosa; nunca aburre la de una mujer buena».

Alex Sánchez Bolsa

Zaragoza