Hace un año, Zaragoza vivía un hito que será recordado por los historiadores locales, y me atrevería a decir nacionales. La llegada del tren de Alta Velocidad, con la puesta en servicio de la línea Madrid-Lérida, colocaba a la capital aragonesa a tiro de piedra de la capital de España y mucho más cerca de Cataluña. La distancia, en una sociedad avanzada como la nuestra, ya no se mide por el número de kilómetros, sino por el tiempo empleado en cubrirlos, y qué duda cabe de que para la capital aragonesa no es lo mismo estar a tres horas de carretera o a tres horas y media de tren de la capital de España que a poco más de hora y media en AVE. La inauguración de la línea, con los Reyes sentados en el primer convoy oficial, no estuvo exenta de polémica, tras los problemas geológicos denunciados con reiteración antes de la inauguración, la falta de unidades adecuadas para cubrir el trayecto, los problemas de señalización, la velocidad de crucero mucho menor de la anunciada inicialmente y el pésimo funcionamiento de la estación de Delicias.

Hoy, superadas o simplemente asimiladas estas circunstancias, son miles los zaragozanos que han podido comprobar las ventajas que supone el enlace ferroviario a Madrid. Y sirva el dato de incremento de utilización de esta línea para corroborarlo, pues según un informe de Renfe, creció un 56% con respecto al mismo periodo del año anterior. Cierto es que el alto precio del billete hace que el AVE no sea un tren válido para todos los públicos --piense en una familia de cuatro miembros que debe desplazarse a Madrid y que paga cuatro viajes de ida y vuelta con la capita a razón de 43 euros por persona--, pero como servicio ha cumplido de sobras.

365 días después de la puesta en marcha del AVE, la pregunta clave es si ya hemos comenzado a sacarle partido como ciudad, no sólo como miembros de la comunidad que necesitamos desplazarnos por motivos personales o, mayormente, profesionales. Y aquí, la respuesta no es ni mucho menos tan positiva. Al contrario, conviene ser autocríticos y afirmar con rotundidad que no, que Zaragoza ni ha sabido exprimir todavía al máximo esta nueva renta de situación ni ha logrado beneficiarse de la gran transformación urbana tantas veces anunciada por los políticos. ¿Quiere decir esto que ya no es posible hacerlo? No, simplemente cabe afirmar que hemos perdido un año y que, a este paso, perderemos otro casi sin enterarnos. Por lo tanto, este primer aniversario de explotación del AVE tiene que conducirnos forzosamente a reflexionar sobre las causas del claro desaprovechamiento colectivo, que no individual, de la nueva realidad ferroviaria en la capital aragonesa.

Durante los últimos meses se han sucedido tímidos intentos para rentabilizar turísticamente el nuevo tren, como la iniciativa puesta en marcha por el recién dimitido concejal de Turismo, Fernando Arcega. La iniciativa, pertinente por cuanto el AVE no sólo acerca sino que también aleja --ahora cuesta menos irse a Madrid pero también es más fácil marcharse de Zaragoza--, se encuentra todavía en una fase incipiente, por lo que resulta imposible valorarla. Pero cierto es que apunta en la dirección adecuada, sin que se perciban síntomas de otras apuestas imaginativas desde asociaciones hosteleras o simplemente ciudadanas de la ciudad. De hecho, hace sólo unos meses, el presidente de la Asociación de Hoteles de Zaragoza ya advertía que en paralelo al mayor uso del AVE se había detectado una disminución de las pernoctaciones del 15% en la ciudad.

Desde la asociación se ha venido reclamando con insistencia un esfuerzo para captar visitantes con la celebración en Zaragoza de convenciones, actos y congresos, al estilo de las intensas campañas que se llevaron a cabo en otras ciudades, como Sevilla, que se beneficiaron del efecto AVE en la década de los 90. Según datos oficiales, la capital andaluza albergaba justo antes de la llegada del AVE 59 hoteles y allí se organizaban 212 congresos. Hoy, las cifras se han elevado a 85 y 738, respectivamente, en gran medida porque las administraciones local y regional han trabajado a fondo para que así fuera. Ahora que el AVE todavía circula a una velocidad de 200 km/h y no se ha culminado la conexión hasta Barcelona, aún estamos a tiempo. Entre el 2007 y el 2008 será probablemente demasiado tarde.

Y en cuanto a las mejoras urbanas la situación no es muy diferente, aunque en este ámbito los plazos son todavía más decisivos. Se ha perdido, literalmente, un año en el desarrollo del convenio urbanístico firmado por el Ministerio de Fomento, el Ayuntamiento de Zaragoza y el Gobierno aragonés para tutelar las obras que conllevaba la llegada de la Alta Velocidad a Zaragoza. Mientras la sociedad pública formada por las tres administraciones trabajaba a un ritmo irrisorio, la ciudad asistía impávida a las tensiones que provocaba la simple construcción de una rotonda de acceso a la estación intermodal. Desde la llegada de Andrés Cuartero como responsable de la sociedad con el cambio de Gobierno en Madrid se aprecian un mayor pulso y algún síntoma de entendimiento entre administraciones, pero aún no se han perfilado actuaciones tan decisivas como la actuación en los terrenos abandonados de El Portillo, por ejemplo. Urge, por tanto, superar el colapso, cuando de las actuaciones urbanísticas en los terrenos ferroviarios liberados por la llegada de la Alta Velocidad dependen obras importantísimas para el conjunto de la ciudad.

Un proverbio japonés dice que es mejor viajar lleno de esperanza que llegar. Más de uno debería aplicárselo en la ciudad para entender que el verdadero cambio social, económico y cultural que supone el AVE pasa forzosamente por asimilar que el nuevo tren no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un progreso y un desarrollo adecuados. En un momento como el actual, y pase lo que pase con la ciudad designada para organizar la Exposición Internacional del 2008, conviene no dejar aparcada la potencialidad de un nuevo servicio ferroviario que no sólo debe ser vehículo para viajar a Madrid o a Barcelona, sino para ayudar a la transformación real de la quinta ciudad de España.

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