De manera sorprendente y con la crisis económica dejando sentir sus efectos desde el 2008, el año mágico en que todo iba mejor que bien, Aragón se ha ido situando a la cola de España en lo que se refiere a consumo y actividad cultural. La estadística sitúa a nuestra comundidad en los últimos lugares de todos los ranking que miden el gasto por habitante, la inversión institucional e incluso el número de trabajadores dedicados a actividades relacionadas con la cultura. Son indicadores muy expresivos de un declive que más pronto que tarde se percibirá en otros ámbitos.

El año de la Expo marcó un máximo en los indicadores. En aquel momento cada aragonés gastaba en cultura 359 euros, que en 2009 todavía subieron a 373. Después, primero despacio y luego a mayor velocidad, el dato fue menguando y en 2017 se situaba en 287 euros. De estar a la cabeza de España (junto a País Vasco, Madrid y Navarra) nuestra comunidad no ha dejado de perder puestos. En paralelo, el número de profesionales del sector ha caído en picado: mil en diez años, y eso que en el 2018 se produjo una recuperación que palió el desastre de años anteriores.

Hay un factor clave: la inversión pública en cultura se ha hundido. Ahora mismo tiende a una lenta recuperación que se ha ido percibiendo en los tres últimos años tras el tremendo desplome que se produjo durante los cuatro años (2011-2015) en que Aragón fue gobernada por el PP. Pero en el 2016, último ejercicio del que se tienen datos precisos, esa inversión fue de poco más de 13 euros por habitante, muy por debajo de la media española y a años luz de los 56 y 49 euros que invirtieron, respectivamente, Navarra y País Vasco.

El gasto público y privado en cultura no es un indicador baladí. Por el contrario señala con total precisión la calidad de la vida en un territorio, la madurez de su sociedad y por ello su capacidad para afrontar el futuro en las mejores condiciones. Con todo el respeto que merecen todos los territorios de España, codearnos en un ranking de esta naturaleza con Murcia, Extremadura o las ciudades de Ceuta y Melilla debería hacer sonar las alarmas, porque Aragón siempre estuvo en otro lugar.

Malo es que perdamos población; peor aún es que estemos volviéndole la espalda al conocimiento y la cultura.