Compruebo con satisfacción que este país por fin se pone a discutir sobre las cosas que importan. No hay más que ver el debate esencial sobre la valencianidad del valenciano y la solución, digna de un Salomón redivivo, aportada por ZP: dos traducciones idénticas, una al catalán, y otra al valenciano. Creo que en Bruselas no han salido aún de su asombro.

Y tampoco está mal la idea de los bautizos civiles. Otra vez Cataluña se pone a la vanguardia de la modernidad, tan a la vanguardia que ni en mis noches más locas se me hubiera ocurrido algo así, lo confieso. ¿Y qué me dicen de la movilización del episcopado contra la eutanasia, el divorcio-express y todo lo que se ponga por delante? ¿O del monseñor zaragozano que reclama pasta gansa invocando la desamortización de Mendizábal?

Sin necesidad de telebasura ni tener que aguantar a Coto Matamoros, abre uno la prensa y se encuentra con un abanico de ofertas a cuál más sugerente. El intrincado asunto de las amistades entre etarras y moritos enjaulados ha superado mi capacidad de retentiva, y eso que llegué a dominar el árbol genealógico de Cien Años de Soledad . Y no les digo ya si optan por echarse al cuerpo lo de Jiménez Losantos, o una portada de Ansón, que eso son palabras mayores.

Yo no sé a qué viene inventar un Ministerio de la Vivienda, visto lo poco que nos ocupamos de esos asuntos. Mejor sería crear el Ministerio de Asuntos Divertidos. Por lo menos el Gobierno estaría a tono con lo que se cuece.

*Periodista