José María Aznar y Mariano Rajoy han mostrado en público, después de varios avisos por persona interpuesta, sus discrepancias sobre el tono de la campaña del candidato del PP a la presidencia del Gobierno. Rajoy ha apostado por la moderación en las formas para no ahuyentar al votante de centro y evitar movilizar al de izquierdas. Y parecía que, con su elección como candidato, Aznar había asumido la necesidad de adoptar este tono dialogante. Pero en los últimos días reclama a Rajoy más crudeza en sus ataques al PSOE, ante el temor de que la mayoría absoluta del PP empiece a peligrar.

Puede que sea la tibieza de la campaña de Rajoy la causa de este hipotético bache en las expectativas electorales del PP. O puede que, al contrario, las descalificaciones, los desplantes, las incriminaciones y el empecinamiento en el error de la guerra de Irak sea lo que está pasando factura. Cuando el PP defina qué rumbo fija en su campaña sabremos hasta qué punto es sincera la proclamación de Aznar de que el líder de su partido es ya Rajoy. Pero no hay duda de que lo que interesa al país son candidatos que rebajen la agresividad estéril en el debate político y mantengan abiertas las puertas del diálogo.