Desde hace tiempo se viene planteando. Con más o menos intensidad. Con mayor o menor convencimiento. ¿Un bachillerato de tres años?

La realidad es la que es. En nuestro país, el actual bachillerato dura año y medio. Eso, como mucho. Porque las clases de las asignaturas de segundo acaban en mayo. O incluso antes en algunos centros. Luego vienen los exámenes y se cierra el telón. Más aún. Porque desde las navidades todo se hace con la vista puesta en la prueba de acceso a los estudios universitarios. Y tomando como referencia los ejercicios de años anteriores. Hay que hacer «ensayos» respondiendo a cuestiones de pasadas ediciones. Centrarse en las materias que más cuentan. Insistir en los temas que suelen salir. Realizar las lecturas obligatorias para la próxima convocatoria. Lo que importa es aprobar la selectividad. Mejor, sacar una buena puntuación. Para que la media pueda dar oportunidad de elegir carrera.

Un bachillerato propedéutico. Solo parece enfocado a capacitar al alumno para el acceso a la educación superior. Pero tiene, además, otras dos finalidades. O debiera tener. Una, incorporar al joven a la vida activa. Y otra, adquirir competencias indispensables para el futuro formativo profesional. Que no se olvide. Porque hay un porcentaje importante de bachilleres titulados que se dirige directamente a la formación profesional superior. Y otro que abandona las aulas.

¿Puede preparar bien en solo dos años? Pregunta que de vez en cuando se pone sobre la mesa. Es un tema recurrente entre expertos. También entre los sindicatos de enseñanza. Las tasas de abandono de jóvenes (18-24 años) sin acabar estudios posobligatorios en nuestro país (18,3%) es muy superior a las media de la Unión Europea (10,6%). Prolongar un año más la escolarización no obligatoria vendría bien. Fuera en el bachillerato o en los ciclos formativos de grado medio. En la mayor parte de los países europeos esta etapa intermedia dura tres años. Se necesita tiempo. Para consolidar un suficiente grado de madurez personal y social. Para afianzar las competencias imprescindibles para desenvolverse en la vida académica y laboral.

Vale. Pongamos que el bachillerato se alargase un año más. ¿Por dónde? ¿Recortando la ESO? ¿Añadiendo un tercer curso? Problemas al ampliarlo, tanto por abajo como por arriba. No parece adecuado convertir 4º de la ESO en 1º de bachillerato. Es muy positivo que el último curso de la secundaria obligatoria tenga un carácter orientador, con distintas opciones, hacia estudios académicos (bachillerato) o profesionales (ciclos formativos de grado medio). Tampoco parece fácil añadir, sin más, un curso al bachillerato. De ser así, seguramente habría que plantearse al mismo tiempo la reducción, de cuatro a tres años, de los grados universitarios, asunto que también está en discusión. Y a estos problemas de ordenación académica, añádanse los presupuestarios y organizativos. Si se ampliase por abajo, ¿la extensión de la obligatoriedad y, por tanto, la gratuidad dos años más? Si por arriba, ¿qué supondría el aumento de alumnado en los centros de secundaria?, ¿qué repercusión tendría para el sistema universitario?

A la vista de lo complicado que puede ser ampliar el bachillerato, conviene ir con cautela. Modificar la arquitectura del sistema educativo tiene sus riesgos. Por eso es mejor comenzar poco a poco. Actualmente se puede permanecer cursando bachillerato en régimen ordinario durante cuatro años (LOE, art 32.4). Pero solo como repesca para suspensos. En el proyecto de ley (LOMLOE) que el Gobierno aprobó en febrero se plantea la posibilidad de «realizar el bachillerato en tres cursos en régimen ordinario». Aunque siempre con unas condiciones determinadas y para el alumnado que «sus circunstancias personales, permanentes o transitorias lo aconsejen». Parece que, en principio, no se generaliza. Pero se abre una puerta. En tres institutos públicos de Barcelona van más lejos. El próximo curso se pone en marcha una prueba piloto de prolongación del bachillerato. ¿Cómo? Flexibilizando el currículo y dando posibilidades a los centros para distribuir los contenidos en tres años y añadir algunos nuevos (deportivos, informáticos) de carácter profesionalizante. Otro tanto podría hacerse en alguna otra comunidad autónoma.

¿Bachillerato de tres años? Si. El actual ni siquiera prepara bien para la universidad. Ahí están para atestiguarlo los «cursos cero» que organizan algunas facultades universitarias, sobre todo en las áreas científico-técnicas. Pero conviene dar pasos en firme. Es un tema controvertido y antes hay que hablar tranquilamente. Con todos. No solo con los docentes de secundaria. También con los demás sectores de la comunidad educativa. Con las organizaciones sociales. Y con la universidad, por supuesto. No hay que pararse. Comience, pues, el debate. Para abordarlo en esta legislatura que empieza. Pero, ¡cuidado! Sin correr. No sean más los perjuicios que las ventajas.

*Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y miembro del Consejo Escolar del Estado