El lunes murió María Salvo, una histórica luchadora antifranquista. Tenía 100 años cuando se fue de este mundo, y su marcha, además de la lógica tristeza, me produce la satisfacción de que siguió con vida, fuerte y lúcida, mucho más que el régimen al que combatió y que los represores que la torturaron y encarcelaron. Cada vez que muere un superviviente del Holocausto a una edad provecta pienso que su sola supervivencia, su estar en el mundo más allá de quienes lo persiguieron y masacraron, es un triunfo rotundo de la Humanidad frente a la maldad y el caos. Vivir, seguir viviendo más que los que intentaron matarte, es la victoria suprema.

Por eso todos los que sobrevivieron a los crímenes de ETA, y a esa parte de la sociedad que fue cómplice con su silencio, tienen que levantarse cada día con la satisfacción de haber llegado hasta aquí, de haber resistido sostenidos por sus creencias o su pundonor profesional. Resistir, seguir aquí cuando el otro ya es parte de la historia de la infamia, debería ser suficiente. El Gobierno ha pactado ahora con Bildu para sacar adelante los presupuestos generales del Estado. No era necesario pero lo ha hecho. Bildu no deja de ser un partido con el pasado manchado de sangre, pero respaldado por miles de ciudadanos.

Entiendo que la oposición monte en cólera, de verdad que lo entiendo. Yo misma tengo sentimientos encontrados. Pero ETA ya no mata, no puede. Bildu es solo la chimenea por la que escapan los humos tóxicos de una sociedad que no ha hecho revisión de conciencia. Y ahora, qué paradoja, se ha convertido en instrumento del bien común para España, algo que debe estar retorciéndoles las tripas. El país gana, ellos pierden. Así lo veo yo. Y lo demás solo es ruido.