Asistí ayer a la procesión del Domingo de Ramos y, un año más, acabé preguntándome qué es lo que lleva a una persona a vestir túnica y capirote, y a salir a la calle a tocar el bombo o el tambor durante horas y horas. Ni siquiera nuestro sabio más universal, don Antonio Beltrán Martínez, lo ha podido explicar en sus múltiples artículos y trabajos sobre la Semana Santa. "Lo importante es que lo hacen", dice, y como siempre, acierta. Porque los sentimientos, como las sensaciones, son intransferibles, difíciles de explicar y muchas veces, hasta de compartir. ¡Cómo describir sino la emoción que se siente al oír a los "rosarieros" de Híjar recorriendo de madrugada las callejas del pueblo, llamando a los vecinos a acudir al Rosario de la Aurora, o siguiendo a la Piedad por el Boterón zaragozano! Es el misterio de la Semana Santa, expresión máxima de religiosidad para los cristianos y espectáculo deslumbrante, para todos. La de Aragón, a diferencia de la Semana Santa andaluza, apasionada y desbordante, es sobria y austera y tiene como elemento diferenciador, los bombos y tambores que, desde el Bajo Aragón, extienden su ronco sonido como llamando al recogimiento. Es distinta, pero no por eso menos espectacular, tanto por el número de cofrades como por la belleza de sus tallas que, sólo en Zaragoza, sacan 23 cofradías. Perderse por las calles acompañando los desfiles procesionales, escuchar las "saetas de la pasión" en Calanda o asistir al Encuentro en la Plaza del Pilar de Zaragoza, constituye una experiencia única que les invito a vivir.

*Periodista