El pleno de las Cortes se puso ayer en pie para ovacionar a José Atarés. Los diputados, que cerraban un largo pleno a cara de perro por el caso Plaza, olvidaron sus diferencias al enterarse de que el exalcalde zaragozano había fallecido. Todos, más o menos, estaban preparados para recibir la luctuosa noticia. Sabían que la salud del senador del PP había empeorado gravemente este año y que llevaba un mes postrado en su cama, agotado por una pelea desigual, esperando el fatal desenlace de un cáncer depredador al que los últimos tres años había hecho frente con entereza y dignidad envidiables. El aplauso espontáneo y sincero de sus coetáneos y de sus hasta ayer rivales políticos no fue solo una muestra de respeto. Simbolizó la simpatía y el cariño que despertaba su figura moderada, más allá de luchas partidarias o de intereses enfrentados.

Atarés (Pepe, fuera del protocolo) se había ganado a pulso ese carisma entre la clase política y en una parte importante de la ciudadanía. Quienes le conocían acababan admirándole, reconociéndole sus valores. Podía decirse que se encontraba entre el escaso número de políticos que aportan un plus a las siglas que representan. Solo así se entienden algunos de los hitos de su carrera pública, sobre todo los conseguidos en su complicada etapa de alcalde, entre abril del 2000 y junio del 2004. Para empezar, le tocó sustituir a Luisa Fernanda Rudi, entonces propulsada por José María Aznar a la presidencia del Congreso de los Diputados. Reemplazar a quien había sido nombrada tercera autoridad del Estado y recomponer un grupo con quince concejales confeccionado en parte a la medida de su antecesora era, desde luego, un reto. Consiguió hacerlo, e incluso encontró el equilibrio adecuado con Antonio Suárez, que también se había postulado para el relevo apoyado en parte por Rudi.

Pronto descubriría que esas dificultades iniciales no serían las únicas de aquel tiempo convulso. La amenaza terrorista se hizo patente cuando al poco de su nombramiento fue desarticulado un comando etarra afincado en Zaragoza cuyo objetivo principal era asesinarle (apenas nueve meses después se produjo el execrable crimen de Manuel Giménez Abad). Pero el acontecimiento que más condicionó su mandato fue la presentación, por su propio partido, de un Plan Hidrológico Nacional con un trasvase de 1.050 hectómetros cúbicos del Ebro a las cuencas mediterráneas que provocó un rechazo importantísimo en la ciudad. Cuando el 8 de octubre de ese año 400.000 personas clamaban en el centro de Zaragoza contra ese plan, Atarés tuvo el gesto de bajar de su despacho municipal e intentar mezclarse con la multitud y dialogar con los manifestantes. La escena apenas duró unos minutos, pues sus compañeros y la propia Policía Local, alarmados por un potencial altercado, lo convencieron para que renunciara.

El macrotrasvase marcó el resto de la legislatura. Se quedó sin socio para gobernar, con el PAR distanciándose cada vez más, a medida que se intensificaron las movilizaciones contra el saqueo hidráulico y que le cogía el punto a su coalición con el PSOE de Marcelino Iglesias. Y sin embargo, Atarés mantuvo su gobierno en minoría hasta el final, e incluso desarrolló proyectos como la reforma de Independencia o el traslado frustrado de La Romareda a Valdespartera que dieron muestra de un coraje y de una valentía que no se habían apreciado en la anterior legislatura popular. Tanto es así que al presentarse como candidato en el 2003 estuvo muy cerca de ser la lista más votada, pues el PSOE de Juan Alberto Belloch ganó aquellos comicios por un solo concejal de diferencia. Su relación con quien luego le sucedería en la Alcaldía fue siempre cordial y de admiración recíproca. Nunca ha olvidado el socialista que fue precisamente Atarés quien mantuvo vivo (junto al entonces presidente de las Cortes, José María Mur) su proyecto para obtener la Exposición Internacional de 2008 para Zaragoza, después de que Rudi lo hubiera ignorado totalmente hasta casi sepultarlo en el olvido. Esa generosidad y esa visión de ciudad serían correspondidas por Belloch, quien apreciaba en su rival a un político digno para el que siempre tuvo palabras de agradecimiento.

Apeado de la Alcaldía, Atarés intentó recomponer fuerzas y hacerse con el control del PP aragonés, tras haber presidido el zaragozano durante lustros. No lo consiguió porque algunos de los que consideraba amigos lo dejaron en la estacada. Se refugió entonces en su bien ganada acta de senador, en cultivar las amistades verdaderas que labró durante su etapa de primer edil, y en volcarse con la familia. Mantuvo una importante presencia pública a través de internet y con la publicación de artículos, especialmente en EL PERIÓDICO, del que fue un colaborador fiel y regular desde el 2005 hasta el 2010. Cuando le ofrecí hacerlo me demostró una enorme honestidad y una total ausencia de rencor sobre episodios pasados que nos permitió estrechar la relación e intercambiar opiniones y afectos con cierta frecuencia. Desde entonces tengo claro que Pepe no fue solo un buen alcalde para Zaragoza en un momento difícil, sino que por encima de todo fue una gran persona: un hombre honesto e íntegro. Por eso entiendo, y comparto, la ovación de anoche en las Cortes.