Solo hablé con José María Calleja un par de veces, aunque me lo cruzaba de vez en cuando por la calle en Zaragoza, donde vivía su pareja, Pilar. La última vez que lo vi fue cuando presentó en Madrid La peor parte, el libro que Fernando Savater escribió sobre su esposa, Sara Torres. Calleja recordó los tiempos de Basta Ya y el asesinato de Joseba Pagazaurtundúa, y su intervención impresionaba por la fuerza de lo que contaba y la autenticidad de la emoción.

El fallecimiento del periodista por Covid-19 ha provocado muchos mensajes de agradecimiento y retratos en redes y periódicos: de su amigo el escritor Adolfo Ayuso, de la periodista María Jiménez Ramos, de Berna González Harbour, de José Antonio Zarzalejos, del propio Savater. Fernando Aramburu ha escrito que su libro Contra la barbarie fue importante en la escritura de la estupenda colección de relatos Los peces de la amargura.

Josu de Miguel recuperaba la noticia de su despido como presentador del informativo de ETB, tras una campaña de acoso de Herri Batasuna. Calleja no empleaba el lenguaje habitual de la cadena, que adoptaba un tono de neutralidad entre los asesinos y las víctimas. Eso le había granjeado señalamientos en medios afines a ETA, insultos («asesino», llamaban al periodista los defensores de los verdaderos asesinos), amenazas de muerte. El director general de ETB, Iñaki Zarraoa, lo despidió. HB lo celebró: a su juicio, «Calleja ha mantenido una actitud agresiva con una serie de opciones políticas». Zarraoa dijo que la destitución tenía como fin «dar oportunidades a nuestros periodistas».

Calleja, que estuvo en la cárcel por su oposición al franquismo y que siempre fue un hombre de izquierdas, vivió más de 17 años escoltado. Su oposición -heroica, cívica; firme y a la vez irónica- fue muy costosa profesional y personalmente: no soy capaz de imaginar la sensación de incomprensión, el miedo y el dolor por los compañeros muertos. Decidió no ser razonable: en un contexto demencial lo que parece razonable es la verdadera locura. Pero pocas personas tienen la capacidad de ver esa locura y mirarla de frente, y el valor de actuar en consecuencia.

El senador McCarthy denunciaba a los antifascistas prematuros: los primeros críticos del fascismo serían sospechosos de un interés espurio. Los antinacionalistas prematuros también tuvieron que enfrentarse a esas sospechas: se les podía criticar por machacones o por estridentes o, ya se sabe, por simplificar una realidad supuestamente compleja. Ocurrió en el País Vasco y aún sucede de otro modo en Cataluña. Calleja decidió no ser sensato y deberíamos estarle siempre agradecidos. H @gascondaniel