Algunos ciudadanos decimos ¡no! a la pena de muerte. Sin matizaciones: ¡no! y punto. Otros ciudadanos también dicen no a la pena de muerte, pero... dejan un portillo abierto: se declaran partidarios de permitir su aplicación a las personas que todavía viven en el vientre materno.

Los partidarios de esta excepción dicen que eso es progreso. Y descalifican a todos que no piensan como ellos, acusándoles de tener principios éticos o religiosos. Personalmente, defiendo la vida porque me sale de dentro. Pienso que es razón suficiente. También es cierto que me mueve la solidaridad hacia esos seres humanos que si hoy no son abortados, mañana serán chicos y chicas, hombres y mujeres que tienen derecho a vivir. Pensándolo bien, encuentro que también defiendo la vida de las demás personas por una razón egoísta: me resulta horripilante la idea de una sociedad en la que un ser humano pueda quitar la vida a otro ser humano impunemente, con la única condición de que enmascare los hechos con eufemismos.

Sobre las razones religiosas, que también tienen su importancia, escribiré otro día. -- José Murillo. (Zaragoza) M