Zaragoza se dispone a vivir cien horas de infarto. Se acerca el día D para la Expo 2008, después de cinco años ininterrumpidos de trabajo en los que la ciudad entera se ha ilusionado en torno a un proyecto. Nunca hasta ahora la capital aragonesa se había sometido al examen de la comunidad internacional, y mucho menos unida alrededor de una idea en positivo. Manifestarse contra cualquier iniciativa y aunar voluntades cuando toca defenderse de una agresión resulta relativamente sencillo, casi espontáneo. Hacerlo para alentar un asunto como una candidatura a un evento internacional es mucho más complejo y, por lo tanto, adquiere un notable valor. Pase lo que pase el 16-D, la capital saldrá ganando.

Puede que acierten aquellos que afirman que los optimistas son pesimistas mal informados, pero hay elementos que invitan a pensar en la victoria frente a Trieste y Salónica. Síntomas como el acuerdo financiero para Zaragoza --histórico por comprometedor para el partido gobernante--, o como las palabras de aliento del presidente galo, Jacques Chirac, --tímidas pero suficientes--, incluso la misma comparecencia ante el Bureau Internacional des Expositions de la vicepresidenta del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega --que no parece que vaya a encabezar la foto de los perdedores...--.

La única duda por despejar, en todo caso, es cómo administrarán el éxito o el fracaso los principales mentores e impulsores de la candidatura. Por un lado, se transmiten desde ciertos sectores de la sociedad síntomas de preocupación ante la posibilidad de que una derrota suponga una depresión colectiva, una enorme frustración ciudadana que deje en papel mojado el necesario plan alternativo que debería ponerse en marcha para conmemorar el 2008. Al fin y al cabo, ese año se cumplirán dos siglos del renacimiento de la Zaragoza moderna de sus propias cenizas, arrasada como quedó por la contienda tras la ocupación francesa, y la ciudad está en la obligación de recordar esa efemérides por su evidente contenido simbólico. Por otro lado, también existen muchas incógnitas acerca de la reacción final de quienes más provecho político pueden sacar caso de que Zaragoza resulte nominada, y en concreto del presidente aragonés, Marcelino Iglesias, y especialmente del alcalde, Juan Alberto Belloch. Ante esta dicotomía, no habría por qué estar más preocupados, pues se sobreentiende que cualquiera de los escenarios está abierto, aunque la existencia de estas dudas revela desconfianzas nada deseables en un momento decisivo como éste.

Tiempo habrá, desde luego, de comprobar cuáles son las reacciones en uno u otro sentido y las consecuencias de la victoria o de la derrota. Lo relevante ahora es reclamar que, con independencia de cuál sea el desenlace, no se escatimen esfuerzos para desempeñar el papel de liderazgo que corresponde a DGA y ayuntamiento, arropados por el Gobierno central, tras el 16 de diciembre. Hasta las cinco de la tarde de ese día el único fin es amarrar el mayor número de votos de los 96 países del BIE y lograr la designación. Pero a partir de las cinco y un minuto, ese fin se convierte ya en medio, en un paso necesario para llegar a la fecha emblemática de junio del 2008 con todo dispuesto para inaugurar la muestra internacional o, en su defecto, otro acontecimiento en torno al bicentenario de Los Sitios. En esta carrera de fondo, sería absurdo dilapidar el enorme capital humano, técnico, político, social y económico que se ha estimulado al calor del proyecto Expo. Y ahí es donde los ciudadanos tienen todo el derecho de exigir a los rectores de la candidatura grandeza, tiento, decisión y dotes de gestión para demostrar que Zaragoza es capaz de cumplir los compromisos adquiridos ante la asamblea del BIE, ante su propio país y ante sí misma.

Cuando en 1999 comenzó a hablarse de la Expo en círculos reducidos difícilmente podía nadie prever una historia tan bonita. Y mucho menos quienes desde la responsabilidad de gobierno municipal en principio mostraban recelo y distancia sobre la posibilidad y preferían pensar en un 2008 de fundación amable pero alicorta que, acaso, no hubiera pasado de la zarzuela, de las estatuas ecuestres y de algún macetero. Para llegar hasta aquí se han vencido muchas resistencias, algunas más fundamentadas que otras, desde luego. Pero la más fuerte, por ser estructural e inherente a conductas de desconfianza inducidas durante siglos por quienes gobernaron esta tierra, era la que provenía de nosotros mismos.

Pellízquese y creáselo, aunque le parezca mal, como a mí, que no podamos compartir el momento mágico con el resto del país, desenchufado del espíritu Expo por culpa básicamente de unos medios públicos nacionales que no han alentado la candidatura. TVE, que tan calurosamente encabeza la campaña de apoyo a Madrid 2012, todavía está a tiempo de rectificar y de emitir para toda España, y no sólo para Aragón la asamblea del BIE. Solos o acompañados y pase lo que pase, lo dicho: el 16-D se dibuja como una día de fiesta, para celebrar a lo grande una Expo o para, simplemente, reecontrarnos con nosotros mismos.

jarmengol@aragon.elperiodico.com