Bien conocido es el episodio que dio origen a la Cincomarzada.

El 5 de marzo de 1838, los carlistas de Juan Cabañero atacaron Zaragoza. Su idea era establecer una cabeza de puente para desde allí enlazar con el también carlista general Cabrera, atrincherado en el Maestrazgo. Ganar la guerra, derrocar a la regente María Cristina de Borbón y a su hija Isabel e imponer en el trono español al infante Carlos, el desheredado hermano de Fernando VII. Sin embargo, la feroz resistencia de los zaragozanos obligó a Cabañero a abandonar Zaragoza el mismo día que había intentado asaltar la plaza en ausencia del ejército cristino.

Ya en la Transición, los primeros ayuntamientos democráticos consideraron que la oposición de los zaragozanos al carlismo fue un ejemplo de defensa de las libertades y decidieron constituir la fecha como fiesta conmemorativa. Hasta hoy, que vuelve a celebrarse simbólica y popularmente, con manifestación de demandas pendientes asociadas a esta ya tradicional celebración ciudadana.

Curiosamente, el 5 de marzo tiene un precedente en el mundo romano, que solía celebrar ese día como el navigium Isidis, una especie de fiesta de apertura de un mar hostil y a menudo cerrado durante todo el invierno.

Como señora de la mar, Isis fue asimismo venerada, en su adopción romana. Esta diosa egipcia sería también adorada por los griegos, en especial por los habitantes de Corinto, en cuyas playas se celebraban vistosos desfiles en su honor.

A partir del siglo II de nuestra era, el culto de Isis cobró mayor trascendencia y solemnidad debido a la participación de los propios emperadores. En el último libro de las Metamorfosis de Apuleyo podemos leer una colorida descripción de esos desfiles con aires de carnaval, máscaras, cazadores, gladiadores, meretrices y músicos, pajareros y pescadores, osos y monos amaestrados junto a magistrados y filósofos, cerrando el cortejo los sacerdotes de Isis con sus túnicas blancas y sus rapados cráneos, enarbolando los símbolos de la diosa: lámparas, altares y el bastón serpentino.

La historia, amiga del eterno retorno (pero ojalá no regresen los carlistas) hace a veces estos bucles.