Después de un periodo en el que el Gobierno amparado en las leyes dimanantes de nuestra Constitución estableciera un periodo de alarma que nos tuvo confinados como arma de defensa ante el covid-19, hemos pasado a otra fase en la que la lucha contra la cruel enfermedad se gestiona desde la comunidad autónoma y se concede un papel preponderante a los ciudadanos, bien en su vertiente como individuos o como actores de cualquier tipo de grupo, bien sea social, cultural o empresarial. Mascarilla, distancia y limpieza de las manos se han convertido en las herramientas de uso cotidiano como única y exclusiva defensa frente al virus ya que a estas alturas de la pandemia no hay tratamiento conocido ni vacuna donde echar mano. Por estas circunstancias, una sociedad democrática como la nuestra, acostumbrada a acudir a las urnas reiteradamente y que no siempre ve que sus elegidos ejecutan desde el gobierno las propuestas que enarbolaron en campaña electoral, tienen ahora en sus manos la oportunidad de dirigir el país hacia el éxito o hacia una crisis brutal que tardará años en resolverse.

Nunca como ahora el comportamiento libre y responsable o irresponsable de los ciudadanos ha tenido tanta transcendencia. Todo el sector sanitario, empresarial, social, cultural, político e incluso las relaciones internacionales están en sus manos. Acabamos de ver el terremoto que se ha producido en el sector turístico como consecuencia de las decisiones del Reino Unido y Bélgica, o los avisos de Francia. Todo es debido al uso que los españoles están haciendo de hechos tan sencillos y cotidianos como tomar un café, ir a comprar, tener una reunión familiar y de amigos, una celebración social, salir de vacaciones o reducir la vida a estar simplemente en casa. Cualquier hecho, por simple que sea, se ha convertido en un hecho político y una cuestión de Estado, con graves consecuencias en el desarrollo de nuestro país.

No sabemos si las reiterativas llamadas a la responsabilidad por parte del Gobierno y las comunidades autónomas están teniendo la respuesta adecuada, pero lo cierto es que día a día está aumentando el número de contagiados y de ello se deriva todo lo que viene detrás, presión sanitaria, cierre de empresas y pérdida de empleo. Una pequeña juerga con canutos incluidos deriva en la paralización de la actividad de una empresa frutícola y que las frutas se queden colgadas en los árboles, una comida de amigos o familiares acaba con el cierre de unas piscinas municipales, la deficiente infraestructura de alojamiento de miles de temporeros genera una cadena de contagios indefinida por la dificultad de su control, así como otros incumplimientos de las recomendaciones gubernamentales están provocando parálisis empresariales con una incidencia gravísima en el sector turístico.

Cunde la sensación de que a mí no me va a pasar nada, pero la realidad es que varias zonas de nuestro país están retrocediendo fases a pasos agigantados y las autoridades parece ser que no dan con el remedio. La economía depende del consumo y la actividad y la salud parece ser que todo lo contrario. Lograr el equilibrio entre ambas cuestiones debería ser la solución del problema. Una cuestión de Estado que es responsabilidad de todos. H