Un régimen político democrático se caracteriza por serlo de opinión. En España, y supongo que en otros muchos países, tenemos una cultura audiovisual aprendida con las películas de «los americanos», como les decíamos antes. Hollywood y otros centros de producción en los EEUU nos han estado invadiendo durante años y hoy en día seguimos con atención lo que viene de allí aunque la dependencia ya es menor. Ahora consumimos productos autóctonos y de otros países que nos dan una perspectiva diferente de muchos temas. Y yo aplaudo esa diversidad ya que algunas constantes del cine norteamericano, como la que hoy estoy comentando, no me gustan nada.

Clint Eastwood es alguien importante en este mundo, no sé si a la altura de un genio o un poco por debajo, y sus 90 años recién estrenados han dado pie a recordar algunas de sus muchas películas. Nos ha dejado algunas joyas, pocas, ¿ninguna?, como actor, y varias como director. También ha sido productor e, incluso, creador de bandas sonoras. No soy experto cinéfilo por lo que no me voy a atrever a analizar su trayectoria, lo que pretendo es poner de relieve algo muy llamativo y constante en su filmografía: la violencia.

Solo recuerdo una película suya, Los puentes de Madison, en la que no hay escenas violentas. En las demás, en todas, la hay, verbal y, sobre todo, física. Sus héroes en el Oeste, sus policías, en cualquier localidad, siempre actúan de esta forma, y los ciudadanos, en su mayoría. Incluso en una de las mejores, El gran Torino, el héroe vence utilizando la violencia, en este caso, inducida en los asesinos. Insisto: no pretendo analizar el mensaje de sus películas, que a veces es positivo, lo quiero hacer sobre el hecho, sin más, de la violencia.

Si dejamos de lado el cine de ficción y nos centramos en los documentales, Bowling for Columbine, de Michael Moore, demuestra cómo la abundancia de armas y el clima de violencia tan extendido son capaces de llevar a ciertas personas a protagonizar matanzas como las que se exhiben, especialmente la ocurrida en la Columbine High School, en el Condado de Jefferson (Colorado), el 20 de abril de 1999, con 13 muertos y 24 heridos. Esta masacre es la más famosa, por el documental, pero es una más de las muchas ocurridas en los EEUU en los últimos años.

Si seguimos dando saltos, del cine al documental y de este a la realidad, el asesinato de George Floyd por parte de un policía cuando iba a proceder a su detención es uno más de los hechos similares ocurridos con parecidos protagonistas, un blanco violento, policía, y un agredido de color. El racismo está presente en estos lamentables hechos, pero en todos hay otro elemento coincidente, la extrema violencia. Émulos de esos héroes tantas veces reflejados en el cine de Clint Eastwood demostrando al mundo que en los EEUU los machotes violentos son quienes imponen la ley.

En nuestro país no hay esos grados de violencia. Afortunadamente deberíamos decir que esa vía de penetración que es el cine, el audiovisual en general, no ha hecho tanta mella entre nosotros, salvo en dos campos, el de la política y el de los asesinatos machistas. Habrá quien me llame exagerado al tratar en un mismo artículo asuntos tan dispares, pero yo creo que no lo son. La violencia está en todos ellos. Tratar de prevenir los asesinatos machistas está resultando largo y difícil. Año a año el número de mujeres muertas a manos de sus parejas, actuales o anteriores, se mantiene alto. Desde diferentes enfoques se hacen propuestas que no están siendo eficaces y hay una que se suele citar pero que no se pone en marcha: la difusión de imágenes y noticias violentas, especialmente de género. Volvemos al cine, a la imagen, la violencia es atractiva para ciertas personas, que encuentran en esos referentes el empuje necesario para cometer su crimen. La violencia atrae a más violencia.

¿Y en política? ¿Han visto ustedes alguna sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados? El grado de violencia verbal es extremo. Supongo que acusar a ciertos políticos de inducir violencia en sus seguidores será excesivo, pero voy a volver a escribir esto: la violencia atrae a más violencia. Los líderes políticos tienen una gran responsabilidad, en su gestión, por supuesto, pero también en la transmisión de ideas y de actitudes. Llamar «hijo de terrorista», como hizo recientemente Cayetana Álvarez de Toledo a Pablo Iglesias, no solo es mentira, es incitar a otros a pensarlo, a ver a ese adversario político como alguien a quien atacar. Se está sembrando violencia.

Volvamos al principio de este artículo, Clint Eastwood. No voy a cometer el dislate de acusarle de ser el culpable de la violencia instalada en la sociedad norteamericana, pero sí creo que ha contribuido a ello, a veces con excelentes películas. La exhibición de la violencia verbal o física, allí y aquí, no es deseable.

*Militar. Profesor universitario. Escritor