Si no hay concordancia, consentimiento y concordanza , la vida es un baile suelto pero no agarrado. Algo así como dar vueltas como un pirulo, girando sobre uno mismo hasta caer muerto. A no ser que el pirulo, proyectado para bailar, se tire para matar; es decir, para destrozar a los otros. Pero eso se hacía en mi pueblo con la galdrufa -que es como llaman allí a la peonza- que era más grande, más pesada y más dura que el pirulo. Este se actuaba con los dedos, sin cuerda, y solo para bailar. La galdrufa en cambio, salvo excepciones, la tirábamos a matar con una cuerda. Yo tenía una de carrasca, calzada con un clavo de herradura para dar golpes o coces como una mula. Después de chupar una punta de la cuerda, envolvía con ella y sobre ella el resto de la misma hasta cubrir toda la galdrufa y agarrar con la derecha la otra punta. Salvo cuando jugábamos sin competir y las galdrufas bailaban juntas como los mozos y las mozas en la plaza del pueblo para las fiestas, nosotros tirábamos a matar y derrotar al adversario. Aquello era un juego muy bruto. Con los pirulos competíamos para ver quién y cómo hacía bailar al suyo más tiempo sobre una cuerda, sobre las manos o en el suelo. Y eso era distinto, aunque más aburrido. Era sólo bailar y bailar solo, no agarrado.

La concordia y el acuerdo es lo contrario del abrazo del oso, que mata. Es el abrazo que une. El abrazo del hombre que se abre, que sale de la caverna , de la barbarie y de sí mismo: de su pasado, para encontrarse con otros. Para compartir el camino y la vianda , para abrazarse en un nosotros en el que quepamos todos. Siendo el otro -el prójimo- un atajo para llegar al Otro de todos nosotros : el destino o la casa donde el camino acaba y los caminantes se recogen. Mientras tanto la verdad es el lo que hay: el sentido, un anticipo de la que nos falta nada más y nada menos. Que no es el camino lugar para quedarse, compañeros. Y eso que llamamos fe no es fe en la fe, sino en lo que está por ver y por venir. La fe en la fe no tiene pies ni cabeza, es una esperanza de fijo: desesperante, que se planta sin dar un paso. Que echa raíces sin dar fruto. Sin corazón ni coraje para caminar con un pie en tierra y otro en el aire. No es responsable, es hija del miedo. Y más que existir, insiste y se cierra sobre sí misma a cal y canto. La fe en la fe se endurece como una piedra, es un escándalo o piedra de tropezar. De tener algo esa fe desesperada no son manos abiertas que se dan y se toman sino puños cerrados. Ni brazos abiertos. Acaso la boca para comer y morder, no para besar. Ni siquiera para compartir el pan y la palabra.

La fe en el Otro de todos nosotros, es muy personal. Es libre, faltaría más. Como el amor. Pero no caprichosa, que el capricho es cosa de cabras. Lo que les lleva al monte para comer y engordar como quiere el pastor. No las cabras, sino el pastor que es siempre un carnicero que lleva su ganado al matadero.

La fe es libre sin duda alguna. Y a pesar de la duda -pues no se cree sin duda alguna- es una determinación responsable. Es confianza. No es la certeza de haber llegado, es el sentido y la apertura: la salida al encuentro del Otro en cada paso. Y el prójimo, compañero, un atajo. Abrirse al otro puede y debe ser un adelanto en el buen camino. Un anticipo incluso. Sobre todo cuando se para y se repara en otros que necesitan y piden atención.

Más que la plaza para bailar aunque sea agarrado, lo mejor es desplazarse y abrirse para caminar. Pero eso sí , para caminar agarrados. Abiertos siempre, y atentos con los otros. Dispuestos para ayudar y confiados para dejarse ayudar, Para compartir el pan y la vianda, compañeros. Que no tenemos aquí ciudad permanente. ¿Nos abrimos? Eso es lo que quiero y para todos - como para mi- deseo.

Baile o camino, vivir no se hace sin los otros. Que así, a solas, es desolador y una maldición cuando se dice a otro «con su pan se lo coma». En cambio la compañía, como el amor, es una bendición y una gracia. No el pan que se reparte como el pienso en una granja. Sino el bien común que se comparte. No el pan de los pobres, que es lo menos que se les puede dar para que no mueran de hambre. Sino el pan de vida, el sustento que nos sustenta a todos. El que mantiene en pie la dignidad, el respeto y el amor: la fraternidad, que es la perfección de la libertad y de la igualdad. Y de la vida verdadera que tenemos que hacer siempre, de la convivencia. Que la muerte es solo lo que nos pasa.

*Filósofo