Desde hace mucho tiempo ya, la televisión y el cine vienen mantienendo, como hermanos putativos, una relación de amor--odio.

Ambos medios compartieron una época dorada allá por los ochenta/noventa. Las nuevas tecnologías, la Red, los reproductores, han venido a disputarles una buena porción de la tarta audiovisual.

Una y otro, sin embargo, televisión y cine, siguen unidos por el cordón umbilical que alimenta las producciones de carácter nacional con las programaciones en los canales nacionales. Otro y una, cine y TV, intercambian a menudo profesionales, guionistas, historias, motivos de inspiración.

Uno de esos últimos guiños puede descubrirse con placer en la novela de David Safier titulada Maldito Karma, publicada en castellano por la editorial Seix Barral, con traducción de Luis Álvarez Grifoll.

En dicho relato, escrito con una prosa desenfadada y ágil y, sobre todo, con notables dosis de imaginación, la protagonista es Kim Lagen, una famosa presentadora de uno de los grandes canales alemanes de televisión. No sólo ella. Su karma, o su maldito karma también será, como pronto averiguarán ustedes, protagonista.

Desde niña, Kim, procedente de una familia desestructurada, quería ser una estrella. "Yo era un bicho raro entre los niñatos de nuestra escuela. No quería que se me escapara nada. Pretendía conquistar el mundo y lo conseguí en la TV"

Kim empezó en el mundo de la radio, pero pronto, gracias a su buena voz y a su atractivo físico, sería captada para la pequeña pantalla. "Me dieron trabajo en una cadena de TV, me enseñaron a presentarme ante las cámaras y, lo más importante, a desbancar a los colegas. En esta última disciplina maduré hasta convertirme en una gran maestra". Tanto así que en la redacción la llamaban "la que va dejando cadáveres a su paso y, encima, los pisotea".

Y así comienza Maldito karma, con Kim transformada ya en una rutilante estrella dispuesta a recoger el premio al mejor presentador del año en una gala nocturna y, naturalmente, televisada, en la que se concentrarán mil quinientos principales, entre ellos los más rutilantes astros de la moderna sociedad alemana. Presa de los nervios, mientras espera, mordiéndose las uñas y luchando por no comer nada que pueda añadir un sólo gramo a sus pistoleras, a que le traigan el vestido de Versace que lucirá en la ceremonia, Kim, tirada sobre la colcha de una cama de cinco estrellas tan grande como una plaza de toros, hará zapping a un ritmo de una décima de segundo por cadena y, casi con la misma velocidad, pensará en su vida.

En su marido, Alex, al que conoció cuando ambos eran estudiantes. En su hija pequeña, Lilly, el elemento que los mantiene unidos frente a otras tentaciones de índole sexual cada vez más frecuentes en Kim. En especial, la representada por Daniel Kohn, otro presentador que, pese a trabajar para la competencia, o quizá por eso, le pone a cien.

Habrá sorpresas. La atmósfera exterior dejará caer restos de una estación espacial rusa y uno de esos pedazos, el retrete de los astronautas, chocará contra...

No les adelanto más. Sólo que la crítica ha destacado la originalidad y frescura de esta novela.

Escritor y periodista