La férrea disciplina exigida por los lenguajes artísticos depara también una distancia casi insalvable entre los géneros. No es fácil que un gran músico sea, al mismo tiempo, un excelente escritor, o que un notable narrador ejerza paralelamente como maestro universal de la pintura.

En alguna oportunidad, sin embargo, salta la sorpresa. En este caso, la excepción que confirma la regla vendría encarnada por Jonathan Santlofer, un reputado pintor neoyorquino cuyas novelas de intriga están causando sensación. La última entrega se titula Daltónico , y vale la pena sumergirse en ella. De su lectura se extrae ese indefinible placer que nos legan las buenas novelas policiacas y un conocimiento nada epidérmico sobre las valoraciones y conceptos del arte contemporáneo.

No consigo, ahora mismo, recordar ningún thriller cuyo tema de fondo sea el color. Un asunto que en sus tiempos llegó a obsesionar a Goethe, quien orientaría sus inquietudes científicas a la elaboración de una teoría de los colores, su origen, su relación con la luz, el mecanismo del ojo humano. También Schopenhauer, en la estela de Goethe, dedicó un tratado al mismo tema. Ambos trabajos apuntaban, ya entonces, la inexistencia como tal del color en la naturaleza, y su dependencia de la intensidad lumínica y de la capacidad interpretativa de la retina. Tesis que muy posteriormente, y con diversos matices, sería avalada por el descubrimiento de los "conos" y "bastones" que operan en el interior de la retina a modo de un sofisticado filtro capaz de "crear" el color en el cerebro, desde donde se traslada a nuestra visión exterior con sobrecogedora precisión y velocidad... salvo en aquellos enfermos que padecen acromapasia, daltonismo o alguna otra lesión óptica.

El color, por tanto, en relación con los misterios de la vida, con la tonalidad de la sangre, el fluido de los órganos, la secreción de la piel, será el eje de esta novela original y hábilmente planteada en su angustioso desarrollo. Una trama que intenta profundizar en una categoría de homicida en serie cuyas pulsiones y dudas existenciales aparentan carecer de lógica, pero que poco a poco, a medida que la detective McKinnon se enfrasca en un caso que le afecta personalmente, se irán revelando bajo el prisma de una remota secuencia anímica, de un trauma infantil.

El universo alrededor del que gira Daltónico no es otro que el sofisticado mundo de las galerías de arte neoyorquinas. Las referencias a maestros consagrados de la pintura contemporánea --Jasper Johns, Rothko, Andy Warhol--, son constantes, y su épica y sufrimiento frente al óleo se traslada sutilmente a la acción, y a la trabazón psicológica de algunos de los personajes. La dimensión sagrada, cruel e intuitiva del arte parece asimismo flotar entre las rendijas de la acción criminal, bañando los asesinatos con un arcoiris de colores a la búsqueda de su propia interpretación.

Resulta difícil, una vez comenzada, abandonar una novela donde el viejo axioma de Thomas de Quincey, entendiendo el asesinato como una de las bellas artes, se aplica, como en un espejo invertido, al pie de la letra.

*Escritor y periodista