Para Aragón, hay un antes y un después del 14-M. Hasta esas elecciones, en la que el Partido Popular fue descabalgado del poder por inapelable mandato de la mayoría de los españoles, la nuestra era una Comunidad Autónoma que, con la única comprensión de Cataluña, se enfrentaba en solitario al Gobierno de la nación, a las poderosas regiones del Levante y a Andalucía, en una lucha, aparentemente sin esperanza, contra el trasvase del Ebro.

Los lectores de EL PERIODICO DE ARAGON, que siempre apoyó con firmeza y honradez lo que consideraba que eran los intereses aragoneses, conocen de sobra las descalificaciones y tonterías que hubo que soportar por parte de quienes se prometían que aquello iba a ser poco más que un feliz paseo militar. Y quedó claro que el trasvase de unos recursos vitales para nuestra tierra no iba a ser una cesión de derechos pacíficamente pactada y justamente compensada --como hubiera sido, como mínimo, lo razonable-- sino que entraba en el escalofriante dominio de la apelación a los atributos sexuales ministeriales y a la imposición del más fuerte.

La movilización de la inmensa mayoría de los aragoneses, su firmeza en defender un modelo de desarrollo basado en el equilibrio y en el reparto, y no en el expolio, ha sido un factor decisivo a la hora de frenar lo que sin duda hubiera sido una de las mayores injusticias históricas de la España de la democracia: la salida de parte de los recursos naturales que resultaban vitales para una región despoblada como la nuestra y tan a menudo ignorada por carecer de defensores en esas instancias ministeriales que deciden el reparto de las grandes inversiones y de las imprescindibles infraestructuras.

SE CONFUNDIAN quienes pensaban --y lo decían, además, en voz bien alta-- que los aragoneses no saben ser solidarios con el resto de los españoles. Ahí está su historia para demostrarlo. Ahí están los centenares de ejemplos de una región que ha luchado hasta la extenuación por ese proyecto plural llamado España y que, a la hora del justo reparto, ha quedado muchas veces ignorada fuera porque se confundía su silencio leal y su rabia contenida con parvedad de ánimo o cobarde resignación.

Ni Aragón es insolidario ni sus gentes, como habrá comprobado cierto ministro popular de cuyo nombre es mejor no acordarse, son proclives a ceder ante la imposición o la arrogancia. Ningún pueblo antiguo --y Aragón lo es como el que más-- lo sería ante un desafío semejante a su futuro. Proporcionados en la oposición al trasvase --con un frente jurídico bien gestionado por el Gobierno autónomo y una movilización popular siempre serena y respetuosa con otras regiones-- cientos de miles de aragoneses han sabido demostrar templanza y buen juicio.

El premio merecido, el reconocimiento a lo que es una postura lógica, honesta y claramente democrática, es el anuncio que el nuevo Gobierno ha hecho de que el trasvase se va a frenar en seco, que se van a estudiar alternativas viables y sostenibles para saciar la sed de otras regiones y que esa reivindicación, también legítima de levantinos y andaluces, se va a satisfacer como es de razón. Pero sin dañar a nadie. Estamos, por tanto, todos de enhorabuena.

Por ello, en este clima general de lógica satisfacción, hay que hacer una nota de advertencia y de puro sentido común: Aragón debe ahora volver a enfocar su energía y potencial creativo a la activa construcción del futuro regional, mucho más optimista desde el momento en que ha desaparecido la espada de Damocles que pesaba sobre él y, además, es factible aprovechar ahora la buena sintonía que existe entre el nuevo Gobierno de la nación y las administraciones públicas regionales, en especial la Diputación General de Aragón.

EN SU MOMENTO, fue necesario focalizar todos los esfuerzos en el frente antitrasvase. Ahora, despejado el horizonte, es preciso que el liderazgo de Marcelino Iglesias y de la toda la clase política regional, sepa aunar las voluntades de ciudadanos, agentes sociales y económicos y ponerlas al servicio del progreso de la región. Aragón, como es notorio, ha sabido salir triunfador ante la amenaza del trasvase; pero ahora tiene que demostrar --aquí y ahora-- que también es capaz de trabajar en la construcción de su propio futuro.

No es éste momento para la complacencia. El futuro, como decía Einstein, ya está aquí y no espera a nadie. Es momento de articular proyectos de desarrollo, de definir caminos de progreso y de trabajar por Aragón con ánimo alegre y dinámico. Que nadie piense, porque se equivocaría tremendamente, que en política regional se puede vivir eternamente de los réditos de la lucha contra el trasvase. Una vez que el peligro se ha conjurado --muchos aragoneses podemos enorgullecernos de haber contribuido a ello-- la sociedad aragonesa pide nuevas metas y busca nuevas ilusiones.

Sólo hace falta entender que en Aragón ya ha pasado para siempre la hora del conformismo y del victimismo y que hacen falta políticas que sepan articular nuestros esfuerzos, canalizar nuestro potencial y señalar un camino para andar. Aragón quiere y debe seguir viviendo hacia adelante después del trauma y la amenaza del trasvase. Si toda esta labor no se materializa, a los responsables de esta ineficiencia no habrá que buscarlos fuera de Aragón. Estarán dentro.

*Director editorial y de comunicación de Grupo Zeta