Levantarse de la cama con una resaca monumental no es la mejor manera de empezar el año: es la única. Mi cabeza me da vueltas y más vueltas y me digo que no es un buen día, dadas las circunstancias, para escribir. Sin embargo, entre mis propósitos del nuevo año decido —aun estando resacoso, o tal vez por eso mismo— escribir un diario. Este diario.

Así, supongo, me obligo a hilvanar unas cuantas palabras, que buena falta me hace. En el fondo (muy en el fondo) me considero escritor, pero lo cierto es que cada vez me cuesta más ponerme a ello. Me propongo escribir algo todos los días, lo que sea, como un entrenamiento para mi cuerpo y mi espíritu. La disciplina es fundamental, desde luego. Me lo tengo que tomar muy en serio. Como si me fuera la vida en ello, vamos. Literalmente. En fin… A ver cuánto aguanto… Que ya sabemos todos lo que nos duran los propósitos de cada nuevo año.

Tengo que escribir, sí. Cualquier cosa. Me lo repito una y otra vez como un mantra, como una melodía monótona y machacona. Luego pienso que escribir por escribir no resulta muy serio, la verdad, pero después me digo que este diario —¿a quién quiero engañar?— al fin y al cabo tampoco lo pretende ser. Advertencia: todo esto que escribo (que quede bien claro) es un cuento. Por lo tanto, cualquier parecido con eso que solemos llamar realidad es mera coincidencia. Otra advertencia: ningún animal va a ser maltratado en la redacción y elaboración de este diario. O eso espero, al menos.

Si bien nunca se sabe con seguridad, que vete tú a saber lo que nos depara el burlón destino, uno tiene su corazoncito, qué caramba. Y no hay más advertencias; tres sería un exceso innecesario, a mi modesto entender. Feliz año.

*Escritor y cuentacuentosSFlb