El enjuiciado nació en 1819 y murió en 1882; organizó el partido republicano, fue diputado de los habituales y al proclamarse la primera de las dos repúblicas que hemos tenido, le eligieron presidente "del Poder Ejecutivo". Fue en una sesión conjunta de Congreso y Senado que equivalía a un acto insurgente, porque la Constitución prohibía sesiones conjuntas, pero ya se sabe que en nuestra historia contemporánea casi todos los regímenes que hemos tenido, empezaron sin legitimación de origen.

Se llamaba Estanislao Figueras y duró poco en el cargo. Sus sucesores: Pi Margall, Salmerón y Castelar no duraron más. ¿Por qué tanta brevedad?. En aquel tiempo España se gobernaba a tropezones y había nostálgicos de una revolución como la francesa que les parecía a algunos "el paso que nos faltaba para entrar en la modernidad". Pero a diferencia de la francesa, que fue centralista, aquí se ideó una revolución atomizadora; antes de haberse aprobado la constitución que proyectaban y que legitimase lo que ya iba haciéndose por aquella caterva de políticos sin sentido, por no llamarles otra cosa, la península se llenó de cantones y republiquetas pero nada de ello nos mejoró. Aquel presidente y los que le siguieron eran personas serias, pero fueron engullidas por los caciques nuevos.

Tenía don Estanislao una buena reputación de jurisconsulto, de habilidosísimo orador forense y parlamentario, admirado por todos y temido de sus contrincantes por las dotes de polemista y la ingeniosa causticidad que prodigaba, pero al mismo tiempo se reconocía en él una innata hidalguía de sentimientos que jamás le permitieron abusar de tales ventajas naturales; además, contaba con una afabilidad que despertaba simpatías generales. Figueras pertenecía a una rara clase de políticos que arrastrados por un generoso impulso imaginaban la República como la realización lógica de las doctrinas más humanitarias. Amaba a las muchedumbres porque compadecía a los humildes y a los desheredados; de ahí aquel contraste para muchos inexplicable, que se advertía entre la nativa distinción de sus maneras y la popularidad tan grande que rodeaba a don Estanislao.

Figueras se ajustaba a un patrón romántico, muy propio de su época juvenil, que lindaba con la de Lamartine y García Gutiérrez y veía a la República "como a una virgen osiánica", pero la nota dominante de su carácter era un santo amor a la Humanidad que sublimaba los corazones y disculpaba los yerros. Todo lo noble y generoso le atraía como la luz a la mariposa y como pasó y pasa a muchos, le costó despertar a la dura realidad, porque la política es eso antes que un sueño. Poseía una memoria prodigiosa y un carácter apacible, despreocupado y jovial a prueba de contratiempos. Encima fue uno de los barceloneses que mejor se aclimató y abrió paso en la corte donde la discriminación provinciana no existe.

Esa era, más o menos, la opinión de Juan Varela prosista destacado del XIX. Veamos ahora otra opinión, la de Sáinz de Robles, para quien Figueras "era vehemente, nervioso, intemperante, insensible y en ocasiones sulfuroso por leves incidencias", lo que hoy llamaríamos un neurótico.

Me quedo con el juicio de Varela pero también supongo que a don Estanislao le hicieron esos juicios tan dispares viéndole desde perspectivas distintas, por lo que cabe que hubiera en ambos una porción de esa verdad que nadie monopoliza. El ser humano es poliédrico y hasta asimétrico, como ahora ansía sin causa noble el presidente de una comunidad y ese gato con botas tan notable que no se sabe si es su enzurizador o su guía. ¿Por qué digo esto?. Quién me lea que imagine y acertará.

Figueras se hartó pronto del entorno que padecía y una tarde envió una carta al vicepresidente del Congreso renunciando al cargo y paseando paseando fue desde palacio a la Puerta del Sol y Carrera de San Jerónimo abajo, llegó al paseo del Prado, continuó a la estación, fue a taquillas y dijo: "Uno a París" y a París que se fue y no regresó hasta la restauración de la monarquía. Cuando despertó en el coche cama ya no era presidente; había pasado de personalidad a persona y acaso por primera vez, era solo un ser libre... Al regresar de Francia, sin perder su dulzura, dicen que era otro. Los tres presidentes que le reemplazaron sucesivamente hicieron lo mismo sin irse a París; el proyecto de federalismo murió de muerte natural y ellos continuaron en política después de apear: "El sueño de la razón que (a veces) engendra monstruos".