Los psicólogos recordamos a menudo una frase del científico francés Louis Pasteur. El promotor de la microbiología decía que los veterinarios tenían una gran ventaja en su profesión, ya que no eran confundidos por las opiniones de sus pacientes. Esto afecta a todos los profesionales de la salud, para establecer diagnósticos y tratamiento. Pero también repercute en lo social.

Las reuniones de equipo, para solventar un problema, tienen como objetivo lograr la mejor respuesta para el conjunto de la organización. Pero las soluciones que se aportan tienen dos sesgos que tienden al fracaso. El primero es la confusión en la percepción del problema. Lo que se corrige aprendiendo estrategias de resolución de conflictos. La psicología de los recursos humanos sabe mucho de esto. El segundo sesgo, que destroza alternativas para tomar decisiones, es la confusión interesada de intereses.

En una reunión de grupo las personas opinan sobre la mejor forma de solucionar el problema. Pero como humanos, lo hacemos impulsando la alternativa que más nos beneficie personalmente. Así, la suma de colaboraciones particulares se transforma en un ejercicio de egoísmo, tan comprensible en lo individual como inútil en lo colectivo. Para evitar este error es vital que haya una identificación entre el éxito común y el personal. Se llama compromiso. Un liderazgo eficaz debe conocer las conductas contradictorias de un equipo. Pero sabe, sobre todo, cómo reorientarlas para que el bien común sea paralelo al éxito particular. Las empresas que tratan bien a sus trabajadores, y los implican de forma comprometida con su gestión y sus resultados, son las que mejor son tratadas por sus empleados. Este círculo simbiótico conlleva la mejora de beneficios para ambas partes.

Un país es un colectivo que funciona con esas mismas reglas. La política institucional engloba acciones de gobierno, gestión y oposición. Las primeras dirigen, las segundas administran y las terceras controlan. El éxito de un pueblo, en momentos de crisis, está en relación directa al trabajo común de esas tres componentes. Lo que hoy necesitamos es un compromiso social de estado que fortalezca un patriotismo humano y sostenible con el medio ambiente. Es decir, salud para las personas y un futuro de vida y trabajo para un país y un planeta. En cambio, Casado ofrece una confrontación en la que globaliza de forma egoísta la crisis para sus propios intereses electorales. Ha descubierto el egloísmo. Para él la emergencia sanitaria es su urgencia para llegar al poder. Cada fallecido no es una tragedia sino un escalón de acceso a la Moncloa. La política sigue una gráfica inversa a la de la pandemia. Cuanto más se aplana la curva del virus, más se altera la del contagio partidista. Al líder popular le ha sabido mal que Sánchez quiera integrar al PP en una comisión parlamentaria, para que sea parte del acuerdo de reconstrucción. Así que ha decidido dinamitarla, intentando convertirla en un foro de censura al Gobierno. Si no me sirve, no sirve. Es el lema de los conservadores en esta crisis. El mundo lucha contra el virus y la derecha muerde al dedo que lo señala.

Dos tipos de pobreza

El aislamiento social del consenso lleva al confinamiento electoral. Se mueve Europa, el resto de partidos, y los empresarios y sindicatos que se vieron el jueves con Pedro Sánchez. Sin embargo, el «eglocentrismo» de Casado sostiene que todo gira a su alrededor. Es lógico que entre sus apoyos estén los herederos de la propia inquisición. La Conferencia Episcopal se muestra preocupada por si el Gobierno aprueba un ingreso mínimo vital que estabilice una renta básica a los más necesitados. Las religiones, y la Iglesia católica en particular, han vivido gracias a dos tipos de pobreza, la cultural y la económica. La primera se ha ido solventando gracias a la ciencia y a la educación. No es de extrañar que, como señalaba el CIS, esta pandemia deje la cifra histórica más baja de creyentes. El pavor de los obispos a la renta básica demuestra que temen más por su riqueza terrenal que por la espiritual. Son unos egloístas. Deberían dar ejemplo y donar sus ingresos del IRPF a la lucha contra el coronavirus. El colmo ha sido que los obispos ofrezcan a sus donantes la posibilidad de no informar a Hacienda de sus aportaciones. Para defender la sanidad pública, mejor no marcar ninguna casilla en la declaración.

En Aragón también hay egloístas. Si el consenso se forja en el Pignatelli, la oposición al Gobierno de España se dirige desde la plaza del Pilar. Azcón deja a sus compañeros y aliados enredarse con Lambán, mientras bate el récord de fotos con mascarilla. Ya se veía de Mel Gibson, en Mad Max, al frente de la brigada móvil municipal, tomando la ciudad bajo los aplausos. Pero Pilar Alegría le ha parado las manos. Sus diatribas contra el Ejecutivo, en la FEMP, son los galones con los que comanda la línea dura de oposición a Sánchez.

Hemos celebrado esta semana el Día de Aragón. Pero la fiesta llega hoy con la salida de los niños de sus casas. Resulta paradójico que esta vuelta a la normalidad coincida con el 34 aniversario del accidente nuclear de Chernóbil. Los pequeños encapsulados han vuelto a la vida y nos han devuelto la nuestra. Verlos y escucharlos en su medio natural, es la mejor respuesta de futuro que podemos ofrecer al planeta.

*Psicólogo y escritor