La academia en connivencia con las élites políticas y económicas nos cuentan que estamos inmersos en una larga trayectoria histórica, que nos lleva de la tiranía a la democracia tras la puesta en marcha del sufragio universal; y que el mercado capitalista global siempre extiende el modelo de la representación parlamentaria, como instrumento de inclusión política de las poblaciones. Y, sin embargo, muchos movimientos sociales se resisten a ser representados y dirigen sus críticas fortísimas contra el gobierno representativo. ¿Cómo podemos ser tan insensatos y tan desagradecidos para despreciar tal regalo, que nos lo ha traído la modernidad? ¿Queremos volver a la tiranía? En absoluto. Para comprender sus críticas hay que reconocer que, en realidad, la actual representación no es un vehículo de la democracia, sino un obstáculo para su realización. ¿Qué representación tiene aquel que tiene que estar protegido con alambradas y la policía del pueblo, al que teóricamente dice representar?

Hay una anécdota que refleja y resume perfectamente cómo funciona la democracia en España. Es una historia de Niels Böhr, gran científico de la física cuántica. Él tenía una casa en el campo, a la que un amigo fue de visita. El amigo vio en la entrada de la casa una herradura para prevenir el ingreso de espíritus malignos. El amigo dijo: "Si tú eres un científico, sabes que esto no es cierto". Böhr contestó: "Por supuesto, no soy un idiota. Sé perfectamente que esto no es importante. El amigo le preguntó: "Entonces, ¿por qué tienes la herradura ahí?". Y Böhr respondió: "Porque la herradura funciona incluso si no crees en ella". El mensaje de todo esto es bastante triste, tiene relación con la democracia: nadie cree en ella y sin embargo todos participamos en ella como si creyéramos. Esta es la realidad. Mas a pesar de ella, cuando llegan las elecciones, observamos que todavía un elevado número de españoles persistimos en movilizarnos para elegir entre representantes intercambiables de una oligarquía de Estado, que ha dado tantas muestras de su mediocridad y con fuertes dosis de corrupción, lo que cabe interpretarlo como una señal inequívoca y admirable de nuestra responsabilidad cívica. Con una mezcla de ilusión e ingenuidad pensamos que nuestro voto todavía puede servir para que las cosas puedan cambiar en sentido positivo para la gran mayoría de la población. Pero unas elecciones tras otras, nuestros votos son despreciados por nuestros representantes. Las brutales políticas del Gobierno de Rajoy no estaban en su programa electoral. Es más, nos prometió tajantemente que ni subiría los impuestos, ni abarataría el despido, ni rebajaría las pensiones, ni recortaría los pilares del Estado de bienestar tanto en la sanidad, educación y dependencia. Luego nos dice "no he cumplido mis promesas electorales pero he cumplido con mi deber". Existe tal nivel de perversión del juego político que un partido aspirante a gobernar no tiene otra opción que ocultar su verdadero programa, ya que si lo da a conocer, los ciudadanos no le votarían.

Por ello politólogos y sociólogos argumentan que nuestro sistema político está muy alejado de lo que es una auténtica democracia. Jacques Rancière ha acuñado el término de posdemocracia, aludiendo a que mientras la apariencia formal de las instituciones democráticas sigue más o menos vigente, la política y el gobierno están bajo el control de los grupos privilegiados. El desenvolvimiento de la posdemocracia va acompañado de una identificación directa de la democracia en cuanto forma con las necesidades del capital globalizado. Marx acertó cuando mantuvo la tesis de que los gobiernos son meros representantes comerciales del capital internacional. Este hecho es una obviedad hoy, con el que están de acuerdo tanto los liberales como los socialistas. La absoluta identificación de la política con la gestión del capital ya no es un vergonzoso secreto oculto tras las formas de la democracia: es la verdad pura y dura que se proclama abiertamente, mediante la cual adquieren legitimidad los gobiernos. Mariano Rajoy en el Congreso lo confesó "Hacemos lo que no nos queda más remedio, tanto si nos gusta como si no".

Según Luigi Ferrajoli, el derecho positivo no implica la democracia, pero, en cambio, esta implica necesariamente el derecho. Este derecho está integrado por los derechos fundamentales de todas las personas de carne y hueso, con su correspondiente régimen de garantías. De ahí que la precisa consagración normativa de los primeros y la real efectividad de las segundas representen el auténtico momento de verdad de la democracia. Pues, si no- ¿para qué? De no ser así... ¿para quién? Democracia política y derechos fundamentales efectivamente garantizados son categorías indisociables, que tienen que darse juntas y se necesitan en su complementaria reciprocidad. Obviamente algo que no se produce en España.

Por lo expuesto, cara a las próximas elecciones, mientras no recuperemos la democracia auténtica, la actual parece más bien una casa cerrada y ocupada por unos extraterrestres, que deciden democráticamente sus propios intereses y dictatorialmente los de las grandes mayorías, el ciudadano preocupado por la cosa pública tiene que concluir que su voto es irrelevante. Profesor de instituto