En 1975, con solo 19 años, Frank DiPascali encontró su primer empleo en Nueva York gracias a una vecina, Annette Bongiorno, que era secretaria personal del financiero Bernard Madoff. Frank se ganó la confianza del magnate y acabó como su mano derecha, amén de multimillonario. Tres décadas más tarde, DiPascali se sentaba en el banquillo junto a Madoff por una estafa piramidal cifrada en 50.000 millones de dólares. Entre la lealtad al mentor y a sí mismo, el bueno de Frank eligió la segunda: fue testigo de cargo contra Madoff y logró la libertad bajo fianza. Y para su exjefe, una condena de 150 años de cárcel. Esta semana dos peritos del Banco de España han confirmado lo que en círculos financieros era un secreto a voces: que para salir a bolsa en julio del 2011 Bankia maquilló sus cuentas de forma obscena. De modo que la operación fue también una monumental estafa de al menos 3.000 millones. Si la justicia diera por buenos estos contundentes informes periciales, Rodrigo Rato podría dar con sus huesos en la cárcel. Pero el expresidente de Bankia, lejos de amilanarse, ha respondido a las acusaciones con un recordatorio con resabios de aviso a navegantes: "Estábamos completamente controlados. No había ninguna intención de engañar, ni posibilidad de engañar". A decir verdad, a Rato no le falta razón.

La incógnita es si Rato, antes de convertirse en el Madoff español, no preferirá emular a DiPascali.

Periodista