«Oír con los ojos es una de las agudezas del amor». Esta frase de Shakespeare describe el fenómeno psicológico que llamamos sinestesia. Se trata de una variación de la percepción humana. No es una patología. Salvo que dificulte o confunda gravemente la recepción de los sentidos. Las personas sinestésicas pueden ver colores cuando escuchan sonidos o experimentar sabores con su tacto. Es sensorialmente variada, más común de lo que se piensa y tiene componentes genéticos hereditarios involucrados. Si usted es capaz de ver la música, además de vivirla, no se preocupe. No necesita un psicólogo. Es la sinestesia.

La tensión que se vive en la escena política bien podría deberse a simples fenómenos como este. Intentamos desentrañar complejos análisis de estrategias políticas, por parte de aprendices de Maquiavelo, y quizás estemos ante meras distorsiones perceptivas. John de Zulueta, presidente del Círculo de Empresarios huele el azufre cada vez que mira el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos. Lo que demuestra que no todos los círculos están con Iglesias. Y el arzobispo Cañizares escucha las trompetas del Apocalipsis cada vez que lee lo cerca que estamos de un gobierno progresista. Mientras, los nuevos diputados conservadores disputan entre sí una ultraderecha trial para llegar los primeros a los escaños inaugurales. Confundieron las rebajas del Black Friday con el Congress Tuesday y terminaron haciendo un Cyber Monkey. Menos mal que el diputado Zamarrón tiene tanta planta de Darwin como de Valle Inclán y manejó el descontrol evolutivo con soltura. La legislatura ya está en marcha tras las promesas de rigor y de rubor. Se echó de menos un compromiso con Snoopy. Pero todo se andará. Seamos comprensibles con nuestros representantes. Es mejor que la izquierda aproveche la oportunidad de iniciar un nuevo curso, antes de arriesgarse al abandono del electorado si se repiten las calabazas del desencuentro. Las soflamas de las derechas contra el futuro Ejecutivo no expresan temor ante un gobierno de la izquierda.

Eso sería lógico. Lo que temen, en realidad, es que funcione. Les da terror que haya políticas equilibradas de justicia económica, social y laboral con un mejor reparto de la riqueza. Y entrarán en pánico si el diálogo pacifica la tensión en Cataluña. Ese es el verdadero peligro que, para los conservadores de todo abolengo, entrañan Sánchez y sus aliados.

En Zaragoza, las derechas del gobierno municipal también sufren de sinestesia política. Como no les gustaba el tranvía lo tunean para convertir una pieza de nuestro urbanismo sostenible en un carril anuncio de pésimo gusto. Yo es que veo el convoy que va de rojo y amarillo y no hago más que pensar en los cubatas de mi juventud. No sé si beberme la colonia que anuncian o echarme la botella de ginebra por encima para perfumarme. Además, la confusión entre lo laico y lo religioso ha llegado al centro de Zaragoza. Si hay algo que caracteriza el pensamiento de la ultraderecha es que no distingue su ideología del catolicismo militante. Algo que siempre dominó con soltura el fascismo.

Joker Azcón ha sufrido un brote patriótico de sinestesia. Ha sido probar el turrón y ya ve la bandera de España en el alumbrado navideño. El Día de la Constitución es una festividad de todos los españoles, con independencia de sus creencias y convicciones. Vincularla a otros aspectos, por muy tradicionales que sean, que no necesariamente recogen a toda la sociedad civil, expresa un sentido patrimonial del país. Si las luminarias de tipo led que acabamos de inaugurar no tuvieran una vinculación estricta con la festividad religiosa no habría inconveniente en exhibir variadas manifestaciones cromáticas por diversas celebraciones. Pero no creo que el señor alcalde esté pensando en los colores que veremos el próximo martes 10 con motivo de la conmemoración del Día por los Derechos Humanos. O el 18 de diciembre, Día del Migrante. Por poner solo unos ejemplos. Igual me equivoco y aparece el Niño Jesús del Belén, en la plaza del Pilar, con una bandera Palestina para que el profeta de Nazaret pueda reivindicar los derechos de su patria de origen.

España somos todos y entre todos la construimos día a día. Los que hemos nacido aquí y a los que hemos acogido con nosotros. Quienes tienen creencias diferentes y quienes, sencillamente, no tienen. Los símbolos institucionales no deben utilizarse en beneficio propio porque son comunes. Y si alguien se los apropia provocará que otros, desde la diferencia y la diversidad, quieran adoptar unos distintos. Eso significaría perseverar en errores del pasado. La identidad de la patria que celebramos en nuestra Constitución es la suma común junto a todos los demás, y no frente al resto que piensa de manera diferente. Es una reivindicación de plena actualidad, ahora que estamos hablando de nuestro futuro como especie en la cumbre del clima COP 25 en Madrid. Defender nuestra tierra es también preservar la Tierra. Por muchas ledes que pongamos con los colores de nuestra bandera, la solidaridad brilla más dentro que fuera de las personas. Si nos quedamos en el escaparate falso de la iluminación España será, como dijo Rajoy, una gran nación y los españoles, solo, muy españoled y mucho españoled.

Psicólogo y escritor